La metamorfosis

Estoy frente al espejo.
A ver... Un momento... Tengo que asegurarme de que soy yo:

1. Me pellizco. ¡Ay!. Duele. O sea que no es un sueño. O sea que soy yo. Debo ser yo.
2. Lanzo un beso al espejo. Él me lo devuelve. Saco la lengua. La del espejo hace lo mismo. Así que es un reflejo; mi reflejo. O sea que soy yo.
3. Me agacho, y desde la esquina del mueble del lavabo miro hacia el espejo. No hay nadie. O sea, que si yo me agacho y no hay nadie en el espejo... A ver... otro momento. Arriba. Abajo. ¡Ay, mi rodilla!. Aparece. Desaparece.
Sí. Soy yo. Uy, ¡Qué cantidad de pelusillas se me han quedado en el calcetín!. Nota mental: limpiar debajo del mueble.

Vale. Entonces... ¿Por dónde iba?...
A ver, una vez comprobado empíricamente, puedo decir que estoy frente al espejo, y el resultado del experimento me obliga a reconocer, aceptar, y asumir que soy yo.

 ¡Porras!. Y yo que aún tenía una pequeña esperanza de descubrir que el tornillo que encontré en el bolsillo de mis vaqueros fuera mío, y no de algún mueble de ikea  que tengo por ahí...

¡Soy yo!. ¡Soy yo!. Me siento un personaje kafkiano. Un Gregor Samsa convertido en una mujer que es está convirtiendo en otra cosa, en otro ser; en otro... en otro yo. Porque no lo olvidéis (y no te olvides tú tampoco, me digo a mí misma muy severamente, porque me conozco), la del espejo soy yo.

No os asustéis. No estoy flotando sobre el portátil agitando mis transparentes y membranosas alas. No me froto el primero de mis tres pares de patitas entre frase y frase.
No me estoy convirtiendo en mosca, esto puedo afirmarlo (al menos todavía. Luego, nunca se sabe). Pero, la verdad, no sé en qué me estoy convirtiendo.


Mi cabeza baraja (y tengo que decir que barajo como un mal mago) varias opciones.
Puedo coger el DSM-V (el súper manual de psiquiatría) e intentar auto diagnosticarme. El problema es que dudo bastante de mi objetividad.
También he pensado en hacer un ejercicio de flash back hasta mis últimos años de facultad para recordar los transtornos que estudiábamos. Pero, claro, todos tenían un componente de relación con la actividad criminal, por eso creo que cualquier posible identificación iba a darme un poco de miedito.
Me imagino enchida de espíritu justiciero, poniéndome en plan "no te paso ni una" conmigo misma; y sobre todo, en plan paranoico- minority report. Me imagino auto denunciándome antes de que ocurra nada. Así, iré a entregarme a la comisaria que hay dos calles más abajo. Oiga, que resulta que he viajado al pasado y según los apuntes de la carrera creo que mi personalidad se está volviendo un poco... muy antisocial con unos toquecitos paranoides. ¿Sabe?, creo que dentro de poco seré capaz de cualquier cosa. Así que, muy dramática extiendo los brazos, pónganme las esposas. Me entrego para salvar a mis vecinos, a mi ciudad; al mundo entero.

Mi metamorfosis tiene tela; telita, la verdad.

A nuestro alrededor existen metamorfosis todos los días. Las hay auspiciadas por la sabia naturaleza: una oruga que se convierte en mariposa; una semilla que se transforma en flor... Viendo uno de esos documentales donde ponen las imágenes a cámara rápida, la verdad es que se es mucho más consciente del milagro que supone cada pequeño acontecimiento. Las hay amparadas en nuestra mirada: un dibujo con ceras que se vuelve una obra de .arte; un roce que se convierte en un gesto de amor; un aleteo de pestañas que se vuelve caricia.
También existen otro tipo de transformaciones, igual de milagrosas pero mucho menos hermosas. Son las de cortar, pegar y rellenar; aunque queda un poco más elegante llamarlas las de Benjamin Button o Dorian Gray... ¿Pero esa no tenía 85 años?. ¿Pero entonces, cómo es que yo parezco su madre, y mi madre su abuela?. ¿Por qué su hija parece su padre?. ¡Anda!, en la revista explican que se ha ido a dar unos baños especiales a un balneario. Parece que fueron con unos barros extraídos, con unos complicados sistemas, de los fondos abisales, y tocadas por la baba de un pez prehistórico que jamás envejece. ¡Eso lo explica todo!.

Mi metamorfosis no tiene que ver con ninguna de estas (aunque he tenido gastroentiritis hace unos días y también fue una metamorfosis). Yo no me he encerrado en una crisálida. No he tocado ningún tipo de barro abisal ni prehistórico (del normal limpio mucho, muchísimo). Entonces, ¿Qué me pasa?.
....
Físicamente lo tengo claro, y es que me he traído un souvenir de ese viaje de nueve meses que ahora se llama David; y el recuerdo se llama "barriguilla". Las ojeras se han hecho mis compis inseparables y el sueño, claro, es su mejor amigo; y mi peor enemigo. A veces invitan a la palidez a su fiesta, y luego pasa lo que pasa en el portal. Le sonrío a la niña que vive en el quinto y ella grita: ¡Mamá, mira, un fantasma saliendo del ascensor!. No hija, es la vecina del primero...

Para poneros en situación diré que todo comenzó a volverse más preocupante hace poco.
El otro día fui a una tienda que hay cerca de casa. He ido muchas veces y me conocen, pero no el lado "ay qué miedo" de mi personalidad, claro.
Empiezan a preguntarme por los niños; que qué tal duermen, comen... El típico interrogatorio. Yo les digo que duermen poco. Respuesta: Ya se nota. Es que a veces te veo y hasta de lejos te noto la mala cara, y pienso ¡ay, pobre!.
Yo sonreí. Sonreí tanto que tengo un bulto nuevo en el abdomen. Creo que será una hernia, de tanta sonrisa.
Y así empezó todo, con esa sonrisa que me hizo tanto daño.
Fui acumulando rabia, y ahora me estoy transformando en una gruñona. Sí, una gruñona.
Yo sonreía mientras me imaginaba en plan Khaleesi, con mi barriguilla y el pelo corto y moreno, pero por lo demás, igual.
A ver: un dragón por cada lado y no quiero ninguna extremidad en su sitio.
¡Qué maravilla volver a imaginarlo!. ¡Ay, cómo molesta el bulto!.

Ese mismo día...
Después de comer bajé a los perros (o ellos me bajaron a mí, para ser más purista con la realidad). Siempre se ponen muy nerviosos cuando están llegando al parque. Delante iba una señora con un perrito pequeño. Vi que miraba continuamente hacia atrás. Al fin se giró: ¡Ay, qué tus perros se lo quieren comer!. ¡Sujétalos. Edúcalos!...
Y yo...
¡Cuidado, cuidado, señora!. ¡Apártese!. La señora mira a los perros, y Trufo y Canela sin hacerle ni caso pensando en sus cosas: pis por aquí, caca por allá...
No, no, señora, míreme a mí. Yo soy la que muerdo.
La señora se queda estupefacta y yo riéndome y riéndome con mi risa psicopática que hacia tanto tiempo que no usaba. (Voy a abstenerme de decir si esto ocurrió realmente o se trata tan sólo de una imaginación muy satisfactoria).

Más tarde bajé a la calle con los niños. Parada en el cajero. Los niños jugaban entre ellos. David se balanceaba en la silla.
Pasa una pareja que mira hacia mi. Yo, ilusa y contenta, pienso que me van a decir que tengo a unos niños muy ricos. Pues no. Y venga el bulto a darme la lata.
-Nena, aunque lleves silla, la calle no es tuya.
Ni mi risa psicopática, con lo que le gustan estas situaciones, tuvo ganas de salir. Y yo, yo sólo tenía ganas de llorar. Pero pronto esas ganas se deslizaron por mi garganta como por un tobogán. Me las tragué, y alimenté con ellas esa bola tragona que ya crecía desde hace tiempo en mi estómago ( ahora que lo pienso,puede que tenga relación con el bulto). Es una bola como las bolas de pelusillas que viven debajo de las camas o de los sofás; que tienen un poco de todo, pero nada muy bonito.

Subimos a casa.
Dejé a los niños viendo los dibujos y me metí en el baño ( un espectáculo en plan Doctor Jekill y Mr. Hyde me parecía un poco fuerte para ellos), y me puse frente al espejo dispuesta a analizar mi estado.
Después de un rato imaginando un montón de locuras ( a veces imaginar locuras es la mejor medicina, y escribirlas, ni os cuento), miré el reloj. Era la hora de empezar con la cena.
Casi, casi, sonreí. Casi, casi, fui capaz de pensar que mi aspecto no era tan horrendo y que no me estoy convirtiendo en mosca. Para ser más exacta:  Al menos no ahora; luego, tal vez sí. Si le pasó a Gregor Samsa, puede que también a mí.
 Así que por ahora voy a aceptar la hipótesis de que el tornillo de mi bolsillo es de alguno de nuestros muebles de ikea; que la del espejo es mi versión actualizada y que quizás, sólo quizás, sólo tuve un mal día. (Un mal día y una gastroenteritis). Pero sólo es una hipótesis.

Comentarios

  1. Jaja, me encanta!!
    Tranquila, no te convertirás en nada extraño. Yo también hago cosas muy raras en el espejo y, a veces, me pregunto...¿soy yo?
    El no dormir y descansar influye mucho, eh.

    Muchos besotes!!!

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  2. Gracias!! Es genial no sentirse un "bicho raro". Siempre es un consuelo saber que hay más... ;). Besos!

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Jajaja, me ha encantado!!! Yo he vivido lo de la silla, la gente a veces...
    Mi hijo pequeño no dormía nada y sé perfectamente como te sientes y la barriguilla ólvidala, esa se va sola, ya verás. Un besito.

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