Mis queridos Gnomos

 



Vivíamos de otra manera


Entonces vivíamos de otra manera; de una manera tan diferente que casi podría parecer que nunca pasó. Pero debemos quedarnos con ese "casi"; un "casi" al que agarrarnos con todas nuestras fuerzas, para no olvidar que el pasado es el camino de donde, a fin de cuentas, viene el presente y, en cuya línea de salida, se fragua el futuro. 

Aquella época, me parece ahora tan lejana como si solo la hubiera soñado. Fueron días de canicas y, con suerte, de bocadillos de chocolate al terminar el cole. Coleccionaba aquellos cromos que venían con los yogures y canturreaba con mi amiga Laura en el autobús "sipi" o "nopi", sujetando con fuerza mi taco de pegatinas, bailando en las curvas; agarrada al asiento delantero con aquellos zapatos de cordones que volvían a calzar mis pies con cada comienzo de curso. 

Fueron días de cuentos troquelados, de tardes que languidecían hacia noches que sonaban a Casimiro mandando a todos los "peques" a la cama. Pero sobre todo fueron días de imaginaciones inquietas; fantasías que despertaban a nuevos universos coloreados en las pantallas de unos televisores que solo nos pertenecían durante un ratito; pero un ratito que para nosotros significaba un mundo; muchos mundos. 



Los mundos en nuestro televisor

Muchos de los mundos que acompañaron la niñez de los que fuimos a E. G. B, bebían de la fuente inagotable de la literatura. Willy Fogg nos llevó a recorrer el mundo en, nada más y nada menos, que ochenta días, siguiendo la ruta trazada en un mapa imaginado hace mucho, mucho tiempo por el gran JulioVerne. Seguíamos con ilusión cada tarde de nuestros fines de semana, una nueva etapa del viaje: cantábamos su canción de cabecera a voz en grito, y estoy segura de que casi todos todavía somos capaces de hacerlo. Igual que todavía somos capaces de entonar, palabra por palabra, la banda sonora de D´Artacan y los Tres Mosqueperros; la adaptación más perruna jamás realizada del inolvidable clásico de Alejandro Dumas. 
Intrigas palaciegas, duelos de espadachines... Las sobremesas de los ochenta jamás defraudaban...

El mundo secreto de los Gnomos

Pero de todos los mundos a los que podíamos viajar,  hay uno al que hoy sigo añorando ir; al que ansío a veces, escapara, y que me encantaría descubrir, una tarde cualquiera, paseando por el bosque, acompañada del trino de los pájaros; protegido el sonido de mis pasos por la melodía de una brisa suave de primavera.



Me lo imagino así, claramente; como un espejismo certero en medio de la realidad desierta. El primero en verme sería Swift. Nos quedaríamos mirando un momento, solo un momento, a los ojos; y sonreiríamos. Él bajaría las orejas y avisaría a David, ocupado en curar el ala herida a un herrerillo. Después caminaríamos juntos. Yo, con los dedos extraviados en el pelaje áspero y rojizo del zorro, aspirando el aroma a tierra y el olor de las flores que bordean el sendero hasta su casa. Allí nos quedaríamos en su hermoso árbol; seguramente un haya o un roble; esperando a que el pastel acabara de hacerse en el horno; jugando con los ratoncitos... Allí se queda esa yo pequeñita en su casa soñada, antes, mucho antes, de ver marchar en el viento las flores de un cerezo...



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