El corazón del roble (Parte II)

Mientras esperaban la llegada de la enigmática visitante, las pequeñas hadas se debatían entre la alegre sensación de mariposas revoloteando en su barriga, y la de oscuros celos, culpa, como todo el mundo sabe, de su pequeño tamaño; insuficiente para albergar esos pequeños corazoncitos siempre tan intensos; repletos de mil emociones que, sin espacio, giran y giran sobre sí mismas, confundiéndose unas con las otras hasta multiplicar su fuerza. Por eso, el amor puro que sentían hacia su mamá, acababa transformado en tremendos celos.

Las visitas eran comunes entre hadas, magos, elfos, duendes, brujas buenas, ogros azules y demás mágicas criaturas. El contacto telepático era continuo, y  acudían a donde eran llamados para ayudar en las labores a cada uno encomendadas. Como ocurría cuando el verano se prolongaba más de la cuenta y las hadas del otoño se encontraban con muchísimo trabajo. ¡Campos plagados de flores y altas temperaturas casi llegado el mes de octubre!. Entonces se hacia necesaria la presencia de algún sabio otoñal venido de un reino al otro lado el mundo al que en aquel momento llegaba el verano, y por eso estaba de vacaciones.
Pero en esta ocasión todo el trabajo esta hecho desde hace tiempo y la falta de motivos aparentes para la visita  hacía que la curiosidad picara como una abejita incansable en las diminutas naricillas de las hadas. Les intrigaban los motivos, la identidad de la visitante, y sobre todo que aún no se hubiera llegado a cabo ningún preparativo extraordinario.
Cuando venía Eolo, se preparaba para su estancia, una cueva llena de corrientes y, en varias ocasiones, tuvieron que habilitarse estanques de agua salada porque visitaron el bosque, en viaje de estudios, varios hijos de Neptuno. Pero en esta ocasión la madre de las hadas seguía guardando un implacable silencio, lo que provocaba que mil rumores confusos cruzaran incansablemente el lugar de un lado a otro, unidos a demás a una lluvia de apuestas, un mar de adivinanzas y premoniciones, y un aumento de ventas en la Galería de los Olmos, donde se asentaron vendedores de bolas de cristal y echadoras de cartas ambulantes.

Hadas acuáticas bretonas, E.Zieu, Journal des Voyages. 1896, Francia. (Ilustración sacada de El libro de las Hadas, Susannah Marriott).

 
 
Amanecía en el bosque.
Los primeros rayos de sol asomaban tímidamente entre la esponjosa cortina que la niebla formaba sobre las copas de los árboles.
Los insectos comenzaban a desperezar sus húmedas alitas transparentes mientras, las hadas de la primavera y el verano soñaban con lejanos días de sol, invernando acurrucadas bajo tierra, tapaditas con sus mantas de raíces y semillas; y, las hadas del otoño y el invierno apuraban sus últimos minutos de plácido letargo.
Las lechuzas y los búhos acababan de dormirse tras largas horas de nocturna vigilia. Las últimas estrellas apagaban la luz para que la luna pudiera irse a la cama, muy cansada tras una noche cargada de obligaciones; iluminar a los enamorados, convertir el mar en una lámina de plata, y posar para infinidad de telescopios y cámaras.
 
Amanecía en el bosque cuando, de pronto, un enorme ruido sacudió hasta el último pelo de ratón, hasta el último cabello de hada; hasta la más diminuta ramita del bosque.
Era un ruido extraño; ensordecedor e hipnótico como mil sinfonías, quinientos estornudos y toda una clase infantil dando palmas a un tiempo. Era un ruido que despertó a todo el bosque, al mundo, al universo entero.
Las hadas de la primavera y el verano se removieron entre sus mantitas de raíces de tulipán y, las estrellas, encendieron nuevamente sus nocturnas lamparitas. La luna se despertó sobresaltada, casi sin tiempo a soñar y brilló en el cielo claro del alba, como si de una noche veraniega se tratara, en comunión con el sol, cuyos rayos comenzaban a despuntar tras las lejanas montañas, sin eclipsarse el uno al otro. Parecían iluminar el mundo con una misma luz.
Algo había cambiado desde el día anterior. Todo semejaba igual, pero todo era diferente.
El planeta entero respiró una misma bocanada de aire puro. El universo bailó de alegría disfrutando de la vida que albergaba.
Las más altas ramas de los árboles comenzaron a susurrar mecidas por una suave brisa que llegaba de muy lejos, portando un extraño aroma mágico y milenario que, una a una, fue atravesando las copas de olmos, eucaliptos, robles y sauces y, poco a poco, se fue colando en los corazones de los pequeños habitantes del bosque, tan veloz como una flecha; tan ligera como una pluma.
Y todos lo supieron. Enseguida estuvieron seguros porque sus corazones se lo dijeron. La misteriosa visitante había llegado. Y, de pronto, sin poder explicarse por qué, se sintieron embargados por una inmensa alegría que los dominó por completo.
Los pájaros comenzaron a cantar, desde el más tierno gorrión al más oscuro de los cuervos, compitiendo por alzar más alto sus voces.
Entre todo el alboroto, los que conocían bien el lenguaje de las aves, pudieron descifrar un importante mensaje. Se anunciaba una reunión urgente, convocada por la madre de las hadas. Se celebraría en el valle del consejo de robles y todos los animales del bosque debían acudir.
Cuando cesaron los trinos, gorjeos y graznidos, todos empezaron a sobreponerse de la sorpresa y recuperaron la audición. Entonces, no lo pensaron dos veces, y toda la población del bosque tomó rauda el sendero de las grosellas.
Por él fueron desfilando, en alocada procesión, enormes familias de conejos; ranas saltarinas con cochecitos- pecera en los que dormitaban sus renacuajos,guiados por escurridizas y brillantes nutrias; águilas vegetarianas venidas de sus escondites montañosos acompañadas de algún que otro halcón; ciervos con los lomos cargados de filas de ardillas en pleno disfrute de sus nutritivos desayunos de nueces y bellotas; zorros ataviados con sus mejores galas color de otoño; búhos y lechuzas bostezando, adormilados y perezosos; ratones de agua... sin olvidar a los tejones, y a los castores albañiles que vivían en el río.
Todos ellos corrían seguros y confiados siguiendo el rastro luminoso que dejaban las alitas de las hadas a su paso. Ellas encabezaban la marcha, retándose y divirtiéndose con arriesgadísimas acrobacias aéreas, a través de angostos y húmedos caminos silvestres.
Tras unos instantes de confusión y nervios, pues todos sentían una enorme curiosidad por lo qué sucedería a continuación, cada uno ocupó su lugar y la reunión quedó formada.
Cada animal, del más grande al más pequeño, buscó un sitio para acomodarse. Las ramas de los robles se vieron instantáneamente colonizadas por cientos de pájaros. Petirrojos, pinzones silvestres, martines pescadores, jilgueros; tórtolas y palomas; además de los búhos y lechuzas que casi se quedan sin sitio por pararse a descansar un ratito por el camino a la sombra alargada de un ciprés.
Un enjambre de dorados y azules colibríes se mantenía flotando en etéreo levitar, como descansando en las apacibles aguas de un lago, sobre un lecho de lavanda, camomila y margaritas.
Los pavos, que sobrevivieron a   las pasadas fiestas navideñas gracias a Pepe(un pato silvestre de los alrededores, que desde entonces fue considerado un héroe en todo el bosque, aunque esa es otra historia que ya contaré otro día), aún no se habían repuesto por completo del susto que les habían dado los más grandes enemigos de la madre naturaleza, una especie conocida como los caminantes a dos patas; además eran muy tímidos y casi no conocían a nadie, por eso encogieron sus cabecitas y extendieron sus diminutas alas para formar un círculo cerrado alrededor de un grupo de níscalos.
Surcando el cielo sobre las cabezas de los allí reunidos se movían las aves que vivían en las más altas rocas, planeando sobre la reunión para no perder de vista los escarpados nidos donde descansaban sus polluelos bajo los cuidados de dos gaviotas amigas llegadas de las marismas.
Liebres, conejos, ardillas, castores, nutrias, mapaches; ratones de campo y de río, se agruparon en pintoresco clan, teniendo mucho cuidado de dejar pequeños espacios entre ellos para que los topos, miopes casi todos y muy descuidados con sus gafas y anteojos, pudieran asomar las cabecitas por las puertas de sus palacios subterráneos.
Detrás de todos ellos, guardando sus espaldas, se reunieron los más altos. Una familia de gamos; dos ciervos que luchaban por alzar más y más alto sus cornamentas; un trío de cabras montañesas de blancas perillas y bastante malhumor, y dos osos pardos entretenidos con sus tarros de miel, mermeladas de ciruela y naranjas de la china.
Un poco apartadas quedaron las mofetas, porque nadie quería colocarse junto a ellas cuando olvidaban cepillarse los dientes y utilizar desodorante y, en primera fila, unas volando, otras columpiándose de los hilos de seda tejidos especialmente para la ocasión por las arañas costureras, las hadas del otoño y el invierno formaron un mágico corro alrededor de El Mayor, iluminando el tronco del viejo árbol más que mil luciérnagas y un millón de cielos nocturnos plagados de estrellas.
Y muy, muy arriba, donde casi la vista no podía alcanzar, sobre la rama más alta y fuerte del roble, se acomodó la madre de las hadas, acariciando cariñosamente, con cada sonrisa y cada aleteo, la corteza de ámbar y madera el árbol, que sentía cada contacto con el mismo placer que un niño ante un magnifico regalo; como una promesa de eterno amor.
El roce de las alas del hada y el calor de su sonrisa entre sus ramas hicieron cosquillas en su memoria y despertaron los recueros que dormían entre los anillos de su tronco. Y así, despiertos, los recuerdos comenzaron a danzar, jugueteando entre las hojas de su frondosa copa, colándose entre los surcos que la edad había formado en su madera, silbando en sus oídos, como una brisa jovencita. Deslizándose, escondiéndose, filtrándose como un elixir mágico hasta el corazón que el viejo roble albergaba tallado en el centro de su pecho.
 
 
 
 
 
 
 
 


Comentarios

  1. Hola Eva, me gusta la magia que enriquece la historia. La madre de las hadas coronándolo todo, la bella naturaleza y toda su variopinta fauna. Muy bonito.
    Abrazos.

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    1. Muchas gracias! Desde que era niña es un mundo muy cercano para mí. Lo imaginaba siempre: hadas,duendes, ardillas y ciervos eran mis amigos. Un beso,y gracias por comentar ;)

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  2. Cuánta algarabía! uno quisiera de vez en cuando, refugiarse en un lugar como los que moran tu fantasía!!!jejeje. Siento empatía por el roble.
    Excelente!!

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    1. Gracias por tus palabras :). La verdad que para mí sería un sueño hecho realidad poder vivir una pequeña aventura en un bosque como este. Un abrazo

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  3. Me ha gustado un montón!!! Yo es que soy muy de hadas y cosas bonitas,jejeje, y me encantan los bosques, me imagino la ardilla desayunando, las lechuzas y los búhos adormilados, me ha gustado mucho. Un besín.

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    1. Muchas gracias!! Me alegro mucho de que te haya gustado!. Yo también soy de hadas desde siempre, y ya desde pequeña me imaginaba a todos esos animalitos del bosque ocupados en sus quehaceres :) . Gracias por leerme y comentar!!. Besos

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