El corazón del roble (Parte III)
De pronto, se hizo el silencio; sonoro, sobrecogedor; tranquilo y excitante a un tiempo.
La madre de las hadas cesó en su aleteo y acomodó sus pies descalzos sobre la cálida, familiar y añorada corteza del anciano árbol. Respiró profundamente cinco veces y contó hasta quince intentando calmarse.
Como por arte de magia sus alas se fueron desplegando lentamente, poco a poco, y, a medida que se iban abriendo, ella se volvía más y más grande, al tiempo que nacía una canción desde lo más profundo de su garganta. Una melodía dulce, con aroma a cacao y a menta silvestre, que se mezclaba como perfecto ingrediente, con el aire de la mañana.
Todos los animales enmudecieron. El río dejó de canturrear entre las piedras; el aire se detuvo, y la tierra no emitió ni un suspiro. Hasta los girasoles dejaron de buscar el sol. El mundo entero quedó hipnotizado ante tanta belleza.
Era una música más allá el tiempo, de la memoria y de las agujas de los relojes; de los días o los meses; de los calendarios. Era una canción que sabía a eternidad; vieja e infantil como el llanto que tras una palmada anuncia el primer aliento de vida de un recién nacido.
La hermosa hada flotó unos instantes más, acunada por los rayos de sol que traspasaban la frondosa arboleda y, lentamente, comenzó a desplazarse al ritmo marcado por la música, como si bailara; un baile aprendido hace mucho, mucho tiempo.
Primero danzó despacio de la mano de las notas, jugando con los acordes; apareciendo y escondiéndose entre las líneas del invisible pentagrama. Luego, rápido, volando sin control, como una hechicera pronunciando un encantamiento; invocando la lluvia, las estrellas, el cielo; llamando a la risa, a las lágrimas; al amor y a las palabras que hay sobre la tierra....
Sus piruetas se reflejaban en los cientos de pequeñas pupilas que se habían quedado adheridas a su sombra, persiguiendo cada paso que daba; brillantes, curiosas, asustadas también. Hechizadas.
La madre de las hadas cesó en su aleteo y acomodó sus pies descalzos sobre la cálida, familiar y añorada corteza del anciano árbol. Respiró profundamente cinco veces y contó hasta quince intentando calmarse.
Como por arte de magia sus alas se fueron desplegando lentamente, poco a poco, y, a medida que se iban abriendo, ella se volvía más y más grande, al tiempo que nacía una canción desde lo más profundo de su garganta. Una melodía dulce, con aroma a cacao y a menta silvestre, que se mezclaba como perfecto ingrediente, con el aire de la mañana.
Todos los animales enmudecieron. El río dejó de canturrear entre las piedras; el aire se detuvo, y la tierra no emitió ni un suspiro. Hasta los girasoles dejaron de buscar el sol. El mundo entero quedó hipnotizado ante tanta belleza.
Era una música más allá el tiempo, de la memoria y de las agujas de los relojes; de los días o los meses; de los calendarios. Era una canción que sabía a eternidad; vieja e infantil como el llanto que tras una palmada anuncia el primer aliento de vida de un recién nacido.
La hermosa hada flotó unos instantes más, acunada por los rayos de sol que traspasaban la frondosa arboleda y, lentamente, comenzó a desplazarse al ritmo marcado por la música, como si bailara; un baile aprendido hace mucho, mucho tiempo.
Primero danzó despacio de la mano de las notas, jugando con los acordes; apareciendo y escondiéndose entre las líneas del invisible pentagrama. Luego, rápido, volando sin control, como una hechicera pronunciando un encantamiento; invocando la lluvia, las estrellas, el cielo; llamando a la risa, a las lágrimas; al amor y a las palabras que hay sobre la tierra....
Sus piruetas se reflejaban en los cientos de pequeñas pupilas que se habían quedado adheridas a su sombra, persiguiendo cada paso que daba; brillantes, curiosas, asustadas también. Hechizadas.
Un regalo tan hermoso cómo lo es la naturaleza, cae en manos inapropiadas, el olvido, ahí parece estar el meollo. Muy bonitas descripciones Eva.
ResponderEliminarGracias!Sí,por ahí van los tiros. Está a punto de terminar todo,o de empezar,según se mire.Sólo unas pocas líneas más... . Muchas gracias por leerme!, un abrazo
EliminarAyyyyy es que las personas somos incorregibles, enseguida se nos olvida dar las gracias ala naturaleza y cuidar lo que tenemos.
ResponderEliminarMe encanta el río que se convierte en alfombra plateada, y la descripción de la luna y su rubor de purpurina me ha parecido preciosa. Un besito.
Gracias por leerme,y por tus palabras! Es verdad,tratamos a la naturaleza como nuestra propiedad,en vez de un privilegio que se nos permite disfrutar... Un besito
ResponderEliminarAyyysss... el maldito poder, siempre cegando!
ResponderEliminarAl igual que las anteriores, una maravilla!!
Un besote.
Gracias!!, sí, el poder saca lo peor de los humanos. Menos mal que en este caso llegará la Madre Naturaleza para poner orden;ojalá siempre pudiera solucionarse, como en los cuentos. Ya sólo quedan unas cuantas líneas. Gracias otra vez por leerme. Besos. Feliz finde!
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