El corazón del roble (Parte IV)

Viendo todo aquello, la Madre Naturaleza primero se molestó, luego se enfadó y, finalmente se enfureció e hizo estallar miles de rayos y truenos sobre el reino del bosque. Con el viento más fuerte y el más cegador de los relámpagos lanzó un poderoso conjuro que cayó sobre los reyes en forma de gotas de lluvia con sabor a hiel, hechizando sus almas y condenando sus vidas.

Tras la tormenta quedó dicho que, a partir del siguiente amanecer, la reina tomaría la forma de un hada diminuta, y el rey y su primer hijo varón se convertirían en robles solitarios; uno en el centro del bosque; el otro junto al lago. Obligados por siempre a habitar entre el espesor de la vegetación privados de forma humana.
Pero la Madre Naturaleza tenía un gran corazón y, junto al hechizo, entonó también un desencantamiento para el hijo de los reyes, aún un niño, que no era responsable de la avaricia de los adultos. Así, el pequeño príncipe, recuperaría su verdadera forma cuando el paso de los años y el frío de la soledad en sus corazones, les enseñaran lo que habían llegado a olvidar y, sólo así, cuando sus almas volvieran a ser puras, o lo más puras posibles para unos seres humanos, podrían salvar a su único vástago del tormento al que ellos estaban destinados para siempre jamás. La Madre Naturaleza quiso que el amor a su hijo les abriera los ojos, al igual que ella, para defender a sus hijos; al bosque, al cielo, al río, a los animales, tenía que explotar y enfurecerse.

Cumpliendo el mandato del conjuro, la tierra tembló y el reino se dividió en tres, dividiendo así las riquezas para que los habitantes de aquel territorio no cometieran el mismo error que sus soberanos y destruyeran, ansiosos de poder, lo que naturaleza les había regalado.

Los reyes nunca más recordaron su trono ni su castillo. Tuvieron que aprender a vivir de nuevo, como hada y árbol, lejanos y cercanos a un tiempo.
Y así fueron pasando las estaciones, los años y los siglos. Poco a poco sus almas se fueron limpiando, contagiadas de la bondad de los animales, la pureza de las flores y la claridad de las aguas.
Aprendieron los dialectos del cielo y de la tierra; comprendieron, sintiendo amor por todo lo que les rodeaba, cuan minúsculas somos las personas ante la inmensidad del mundo que se extiende ante nosotros.
Y esperaron mucho tiempo, esperanzados, viviendo una vida tranquila y apacible en el bosque, a que se cumpliera la última parte del conjuro, la salvación de su hijo, sabiendo que ésta llegaría tarde o temprano, de tierras lejanas, de un lugar verde y mágico como el que ellos habitaban, vestida de hiedra e inocencia.
Se prepararon para reconocer el momento; sabiendo que sólo podrían hacerlo cuando fueran capaces de mirar con el corazón; cuando sus ojos fueran inocentes de nuevo.

En ese instante el tiempo volvió a retomar su curso y las melodías cesaron.
Ella estaba ante ellos. La habían reconocido. Violeta. Portadora de una misión anterior a su propio nacimiento; guardiana de las palabras universales y de la llave del alma del mundo.
Convertida nuevamente en bruma fue atravesando los corazones de todos los allí presentes; animales y plantas; piedras y agua; hasta llegar ante el roble solitario que miraba hacia el río.

El sonoro silencio de su invisible voz cantaba:
"Corre, salta, vuelta
tiempo.
Entre montañas, ríos
y praderas.
Corre, salta, vuela. Ven aquí.
Abre la puerta que está
en el tronco.
Sal del árbol
que te alberga".

Las palabras fueron desnudando al árbol de su ropaje de resina y madera.
Ante los atentos ojos del bosque apareció un niño de piel morena, que olía a verano; brillante y tímido, como el sol cuando amanece; con la marca de una flor coronando su frente. Una violeta.

Ambos se tocaron suavemente explorando sus rostros, reconociéndose por las imágenes que les mostró en sueños el libro del destino. Reconociéndose, sabiéndose dueños del beso escondido en los labios del otro; navegando en sus miradas de agua dulce y salada. Convirtiéndose en su imagen reflejada en otros ojos.

Amaneció y anocheció un millón de veces hasta que se adueñaron del tiempo que había pasado. Jugaron como niños, entre abrazos y risas, y la noche y el día, por fin, volvieron a juntarse para siempre.
Desde lejos, el anciano roble y el hada los contemplaban con una mezcla de alegría y tristeza.
Se dieron cuenta de lo fácil que hubiera sido comprender que el secreto de la magia que nos impulsa a vivir se encuentra apreciando y amando la misma vida que nos rodea y nos hechiza; que puede convertirnos en príncipes y princesas de nuestros propios cuentos si permitimos que nuestro corazón lata en el corazón de aquellos a los que amamos.


Los que lean esto deben saber que se trata de una historia milenaria; una historia traducida del lenguaje mágico de los animales al lenguaje humano permitiéndonos a unos pocos conocer el secreto.
Y en cada atardecer, cuando el sol comienza a ocultarse tras edificios o montañas, es deber de todos aquellos a los que se nos desvela esta leyenda, contarla, como un secreto, en un  susurro, a las personas más especiales, a nuestros seres más queridos, cuando llegue el otoño, bajo una bombilla encendida.

FIN
 
 
Ha sido difícil para mí poner este punto y final. Es como despedirme un poquito de mis hadas, de mi bosque, de mis animalitos; y esa despedida me cuesta mucho (incluso de las mofetas que olvidan usar desodorante).
Llevan conmigo tanto tiempo...
Desde pequeña el bosque y todas sus criaturas han ido ganando espacio en mi cabeza, en mi corazón.
Han sido mis amigos y me han acompañado también en mis momentos más oscuros cuando intenté ignorarlos para "crecer" y lo único que conseguí fue que creciera mi tristeza. Uno no se puede negar a  sí mismo... Pero todos ellos permanecieron fieles, esperándome.
¡Qué poder increíble tienen las palabras que vuelven real, tangible; casi corpóreo lo que en principio creemos sólo imaginario e imaginado!.
 
Al plasmar esta historia que tan bien conozco los he visto. Los veo. Cómo son; cómo se mueven; qué desayunan (un sorbito de agua de rocío antes de nada, las hadas más sanas. Las más golosas, pastelitos de almendras y bayas silvestres).
 
¿Sabéis esos puntitos de luz nacidos al chocar los rayos de sol con las esferas de los relojes; esos que bailan por paredes y techos; por las cortinas; por todas partes? Cuando Blanca los ve siempre me dice: Mamá, he visto un hada.
Y yo siempre le contesto: Ojalá las sigas viendo para siempre.
Han estado conmigo mucho tiempo y ahora están con ella. Cómo negar la magia, si anida en el brillo de sus ojos mientras me habla.
 
 
He de decir también que no podría haber escrito esto cuento sin haber experimentado la soledad aferrada a un libro;  sin horas de cerrar los ojos para vivir en otros mundos y sin ti, que me conociste ya de adulta y que no te asustaste ante mi entusiasmo al ver aquellos escaparates de casas de muñecas y compañeros de lana; ante mi predilección por el osito Pooh y toda la infancia y las infancias que guarda en su cuerpecito de trapo dese que A. A. Milne lo creara para su pequeño Christopher Robin. Que no te asustaste ante lo "rara" que yo creía que era; que quizás era; y que quizás soy. Y, por supuesto, sin las inyecciones de ilusión que me dan los dos haditos que tengo en casa, que de vez en cuando, me dejan utilizar su mirada para ver el mundo de otro color.

Por último sólo un par de citas:

"Si quiere que tus hijos sean más inteligentes léales cuentos de hadas. Si quieres que sean más inteligentes, léales más cuentos de hadas": (Albert Einstein)

Y, mi favorita:
"Venid, hadas, sacadme de este aburrido mundo pues yo volaría con vosotras sobre el viento y bailaría sobre las montañas como una llama" (William Butler Yeats).

Comentarios

  1. Jo, qué bonito! Y tus palabras finales me han gustado más aún! Benditas rarezas que nos hacen sentir y vivir como pocos, no las abandones.
    Un besazo!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mil gracias por leer este final que se me resistió tanto. Y muchas más gracias por tus palabras. Un beso fuerte!

      Eliminar
  2. Hola Eva, a lo largo de toda la historia se respira la magia que brota de tu corazón. Y al leer el epílogo, noto que la fuente de esa magia, lo son tus hijitos. Me gustaron también las citas finales. Que la tristeza por terminar esta mágica historia no signifique el final sino el comienzo de otra u otras.
    Abrazos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchísimas gracias por leer el final de esta historia!. La verdad es que mis niños son fuente inagotable de magia. Espero, mirando y viendo a través de sus ojos, saber reconocer a las hadas que vengan a verme y a contarme sus historias. Un abrazo!

      Eliminar
  3. Me ha encantado!!!!!!!!!! Y me gusta mucho todo lo que explicas después, yo adoro a Winnie Pooh, y mis hijos también, y mi marido, somos una familia rara,jajajaaj.
    Y yo les lei a mis hijos muchísimos cuentos de hadas, y de todo tipo, hay que hacer que tengan sueños e iimaginación, mi madre siempre nos contaba cuentos y películas y eso nos aficionó a leer y escribir. La imaginación es lo mejor que le podemos dar a nuestros hijos. Un beso y precioso todo lo que escribes.

    ResponderEliminar
  4. Muchas,muchas gracias por leerme y por todo lo que me dices!Qué especial es el osito Pooh!,me encanta saber que para más familias,y El Bosque de los Cien Acres,otro bosque lleno de magia. Yo también creo que hacerles "cosquillas"en la imaginación a los niños es maravilloso :). Muchos besos!!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares