De cómo he empezado a hablar sola y, sobre todo, de cuánto los echo de menos



Llueve y de nuevo nos sacude una ciclogénesis explosiva, de esas que sirven de ayuda para llenar los minutos de los informativos y, sobre todo, para que se mojen los reporteros. En la habitación de al lado gritan los niños. Parece que están jugando a "Veterinarios superhéroes" Empiezo a escribir para hablar al menos un ratito con un adulto, aunque ese adulto obligatoriamente tenga que ser yo misma.

El tiempo y el espacio

Mientras escribo, voy perdiendo poco a poco el mínimo espacio que me había agenciado en mi propia cama. Como siempre, han ido conquistándola poco a poco, pero sin tregua, de esquina a esquina, de un extremo a otro. Blanca juega al móvil y David realiza, en exclusiva para mí, un pequeño discurso repleto de datos curiosos sobre los peces globo, las sepias y los caballitos de mar pigmeos.
Mientras escribo voy perdiendo también la noción del tiempo. Pronto, del mismo modo que sé (y me recuerdan con frecuencia) que visto 43 primaveras (otoños, veranos e inviernos), también dejo de saber si es por la mañana o por la tarde... Si ya ha acabado la Navidad o me acecha el Carnaval y la obligación de crear disfraces cual Mcgyver de la costura.

Por un momento, me dejo llevar por mi propios pensamiento dementes fruto, probablemente, de estar plantada sin decidirme a hacer nada (ni siquiera la fotosíntesis) en medio de la confusión del aburrimiento... Y así, abandonada a mi propia locura, me parece que la ropa sin planchar me esté hablando... Creo que me pide ayuda para que la rescate del olvido... quiere volver a su casa en el armario, salir a la calle... En fin... desea sentirse útil. Pero no me dejo convencer por las mangas arrugadas de varias camisas que, alzadas ante mi, piden clemencia. Ni siquiera me incorporo por la blusa de florecitas o la camiseta de Mary Poppins... Soy yo la que no se siente útil, ni tampoco tiene fuerzas para serlo. No me tienta la posible satisfacción de una tarea acabada, aún siendo plenamente consciente de que mañana mi arrepentimiento está casi asegurado... Me fustigaré viendo fotos de salones ordenados y chulísimos en Instagram (debería estar prohibido de alguna manera) o, lo peor, de los que lucen como si su desorden, cálido y familiar, fuese una parte encantadora de la decoración.

Al final, ante la insistencia de mi conciencia, me voy a la cocina para ver Friends en bucle, de forma terapéutica, mientras me zampo una de las bolsas de gusanitos que "había comprado para los niños"... Me pregunto si esto es a lo que se refieren cuando hablan de "Cuidarse a una misma". No lo sé... Pero al menos puedo utilizarlo a modo de consuelo...
Todavía escondida me visitan recuerdos, a modo de rápidos flashes, como si estuviese viviendo mi último minuto... Días, que ahora resultan nebulosos, en los que no tenía que esconderme para pasar un ratito a solas, o podía ducharme sin interferencias varias... 

Así más o menos empezaron las vacaciones escolares de estas navidades tan extrañas, o tan normales ya, según se mire. Así, conmigo en modo liquen, adherida a mi propia autocompasión: el mal tiempo, las pocas cosas que hacer, el desorden, los obligados cambios de planes... y otra vez el mal tiempo... Pero, por suerte, algo o alguien despertó dentro de mí. Esa otra yo, más bajita y con coleteros de Hello Kitty... Esa que podía pasarse las horas de una tarde lluviosa coloreando o imaginando que sus barriguitas montaban un hotel junto a un bosque mágico (este juego era súper divertido). Esa otra yo que todavía piensa que los juguetes se mueven cuando nos damos la vuelta, que la taza de la abuela Blanca funciona como caleidoscopio, que los libros son como tiritas para el alma. 
La taza caleidoscópica de la abuela Blanca





Y es que al final, de lo que se trata es de no olvidarnos de que somos finitos, y que lo infinito solo lo podemos crear nosotros, sembrando semillas de recuerdo en quienes nos rodean y haciéndolos felices como podamos y sepamos.

Echarlos de menos


Estos días han sido agotadores pero ayer los eché de menos... Su falta estaba en todas partes: en el silencio de la casa, en el pasillo desnudo de juguetes, en la alfombra sin migas... . Es cierto que, cuando llegaron del colegio se pelearon, desordenaron, se quejaron de la merienda... Pero ellos no paran de sembrar en mí sus pequeñas semillas de felicidad con una mirada, un dibujo regalado a la hora del desayuno, unos besitos multiplicados en ambas mejillas... 

Con mapas y lupa dispuesta a buscar pistas




Creo que rescataré brújula y lupa, en busca de las pistas que me lleven de nuevo a esa niña con coletas.


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