Un agujero en el suelo de una plaza. La estantería de las piedras pintadas y el pollitosaurio

No sé en qué momento ocurre. No sé si realmente puede computarse un momento; contarse el minuto, el segundo; apreciarse la estación.
No sé cuándo pero pasa. Hay un antes y un después. Existe un punto de inflexión; un momento en nuestra vida en el que saltamos la línea que separa todo lo que podemos imaginar de todo lo que creemos necesitar.

Hay un momento, al principio, cuando somos tan nuevos que todo es nuevo a nuestros ojos. Un momento en el que preferimos la caja de cartón al regalo que viene dentro; un momento en el que las chapas de botella nos hacen ganar partidos y que las cáscaras de nuez nos llevan surcando los mares al otro lado de un charco de lluvia que, una tarde cualquiera, es un océano.

Pero algo cambia.
Puede que sea algo progresivo o algo que sucede de repente.
Puede que haya pequeños signos, pequeñas muescas que van marcando cada día nuestra mirada hasta volverla menos nueva y menos clara.
Puede que una mañana, de repente, el velo del tiempo empañe nuestras pupilas...
La cuestión es que sea como sea, sucede. Es algo inexplicable; inevitable.
Entonces todo cambia. Nuestra percepción de las cosas, de nosotros; de la vida.
Entonces las cajas sólo son cajas, las chapas de botella las tiramos a la basura y simplemente nos comemos las nueces. Y así, con la realidad rodeándonos, van pasando los años y nos dejamos seducir por espejismos tan adultos como falsos. Empezamos a necesitar cosas para dejar de necesitar la ilusión y la imaginación, y compramos y necesitamos; necesitamos y compramos.

Y, con el tiempo, cuando dejamos de ser sólo hijos para ser también padres, la vida nos da otra oportunidad de recuperar esa mirada nueva y clara de las cosas y nos encontramos pintando conchas y piedras, inventando una especie nueva de dinosaurio o de pollito, o imaginando a una tortuga gigante habitante de un profundo océano escondido bajo el suelo empedrado de una pequeña plaza.


 Y no necesitamos nada más, y no queremos nada más que lo que de verdad queremos.

Y aquí estamos de nuevo; aquí estoy rozando con la punta de los dedos esa línea invisible y real; real y brillante como el neón. Y escuchando al corazón, al corazón que dice que nos mudamos.
Eso es algo entre tú y yo y él (entre yo y él), y sabes que tiene razón y que tendrás que ser fuerte para aguantar con fuerza el paraguas y protegerte de los chaparrones de "¿Qué dirán?" cuando te vean sentada en el suelo de algún parque dibujando con los niños, o lleves los calcetines a juego con los de tu hija, o esa parte adulta e insegura que intenta hacerse fuerte en tu cerebro te susurre que eres lo peor.

Con el paraguas cogido con todas tus fuerzas, sabes que tendrás que ser fuerte pero también, en el fondo, que la fuerza te acompañará  que te irás al lado oscuro con las cosas más claras que nunca.
Después de todo, solo se ve bien con el corazón.

















Comentarios

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  2. En efecto, no se sabe en que momento ocurre,... pero en efecto sucede y dejamos de ser nuevos. Me ha encantado!

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    1. Sí, es algo inevitable. Intentemos agarrarnos al recuerdo, a ver si así podemos al menos recrearlo :)
      Gracias por pasarte por aquí!

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