¿Real?

Llueve. Hace frío.
Julia se acurruca en el interior de la chaqueta de lana mientras contempla a través de la ventana la ciudad herida por el viento.
El agua hierve. El ruido de su borboteo contra la tapa de acero la arranca de su ensueño.
Los spaghettis pronto pierden rigidez. El agua y el tenedor de madera los modelan a su antojo; círculos, espirales, hondas; una batuta de director de orquesta para un ballet acuático.
Los spaghettis son felices. Sonríen mareados desde el fondo plateado. Sonrisas de trigo.

Los azulejos de la pared están sudando. Julia activa la campana extractora y saca el abanico que siempre tiene a punto dentro del cajón de los cubiertos. Ella también está sudando.

Corta los tomates sobre la tabla rallada por mil y una historias; la vez que hicieron las verduras con la vinagreta de mostaza; aquella cena donde se atrevió por primera vez a hacer la salsa con cebollino y zanahorias... El queso cortado y las copas de vino de aquel mediodía tan importante. A veces también un mediodía, con su simplicidad y su nombre compuesto, puede cambiar el resto de una vida; de dos; y sumar una más. Tres.



El aceite ruge cuando el tomate le alcanza. Chispea. Disfruta.
Desgrana las hojitas de romero sobre su alfombra roja. El perfume se le cuela por la nariz. Adora ese perfume. Cierra los ojos.
Piensa que colocará ramilletes de hierbas en el armario de la ropa del niño. Piensa que quiere extender ese perfume hacia delante. Hacia la prolongación de su vida.








Cierra los ojos.
De pronto, la palma de la mano ya descansa sobre la barriga antes de que Julia siquiera piense en hacerlo.
El suspiro que se le forma en la garganta tiene sabor a romero. Las lágrimas que nacen de sus ojos son crujientes como picadillo de cebolla.
Es la felicidad contradictoria como el agua crujiente; alegría y miedo; calor y frío. Ruido y silencio.

Se limpia con un trapo y remueve la pasta.
Descorcha el vino. ¡Pop!. Hoy será su última copa en mucho tiempo. Un último vino para bautizarse con su nuevo nombre; "Mamá".

Repasa mentalmente todas las tareas. No le llegan los dedos de las manos y tiene que reutilizar los de la mano derecha, con un beso en la alianza de pasada, mientras las lágrimas crujientes salpican los nudillos.
Mario. Los dos. Los tres.

El suspiro que se le forma en la garganta tiene sabor a romero.

El tomate se deshace, aderezado por los cristales de sal. La carne mezcla sus sabores, con el gusto de los granos de pimienta y el vinagre de manzana mezclados en el cuenco verde de florecillas.

El agua sigue hirviendo. En el horno, los flanes de pera están a punto de cuajar. Y, en su vientre...

Consulta el reloj que corona la alacena de los platos. Las ocho y diez.
Calcula que Mario todavía tardará un cuarto de hora por lo menos; quizás un poco más, por culpa de la lluvia y el tráfico.

Otro suspiro. El romero choca contra el paladar; contra la humedad de la lengua.

Se siente llena. Todo a su alrededor está lleno; el borboteo del agua; los chasquidos del pan atacado por los dientes del cuchillo; el crujido de las lágrimas. Ruido. Las gotas de agua repiquetean incesantes, estrellándose contra el alféizar de la ventana. Ruido. El mundo, que sigue girando y girando, que baila con ella. Ruido.
Ruido, y de pronto, silencio. Y a Julia no le gusta el silencio, cuando hay tantas voces dentro de ella. Cuando hay tantas cosas que decir.
Camina por el pasillo en dirección al salón. Allí, lejos de la magia cálida de la cocina, el silencio ha extendido sus dominios hasta casi hacerse audible.
La música ha terminado y Julia se dirige al mueble para ponerla de nuevo. A Julia no le gusta el silencio, cuando tantas voces cantan dentro de ella.
Quiere recibir a Mario con música; con ruido; con el mundo girando y ellos en medio bailando con él. Los dos. Los tres.

La mano reposa de nuevo sobre la barriga y esta vez Julia ni siquiera ha percibido el movimiento en el aire.
De espaldas a la ventana siente un escalofrío recorrer su espina dorsal; un ciempiés rápido con su fila de patitas de cristal helado.
Se le eriza el vello de la nuca. La boca ya no sabe a romero; no sabe a nada. Se obliga a girarse tras un momento temiendo, como la protagonista solitaria de una cinta de terror, toparse con un monstruo.
Julia odia los monstruos. Julia hoy se siente; está, demasiado viva, dos veces viva, como para que puedan matarla.

Empieza la canción y sube el volumen. La música ahuyenta a los monstruos y ya no está sola.
La mano otra vez en la barriga y baila alrededor del sofá.
Serán tres. Ya lo son.

De pronto escucha la llave girando en la cerradura y no corre, vuela, con la música impulsando sus pies; las notas formando sus alas.
No corre; vuela. Pero se detiene. Tiene que detenerse. Se interpone entre la puerta y ella; entre su vida y ella el pitido. Parece el temporizador del horno... Piii... Piiii.
El pitido no la deja seguir...
El pitido... Un pitido...

Julia está viva. Eso dice el pitido. Todavía vive. Late su corazón; bombean aire los pulmones...

No puede llegar a la puerta. No le deja.

Está sudando; como sudaban aquella noche los azulejos de la cocina.
Está llorando. Sus lágrimas son crujientes; son pedacitos de ella que se va rompiendo poco a poco sobre la camilla.
Está llorando. Llora por muchas cosas; porque no sabe si se han hecho los flanes; porque no ha podido volver a verlo... porque la barriga, ya no se acuerda de cómo era sentirla bajo la palma de  la mano.

Julia llora. Está cubierto de agua la barbilla, el cuello del camisón. Julia es agua. No hay más. Sólo eso porque ha tenido que volver.
 El pitido...
Dos mundos paralelos y Julia cruzando al abrir y cerrar los ojos. Dormir y despertar. Dormir y despertar y muchos asuntos pendientes que no la dejan tranquila. Dormir y despertar y pensar en muertos o en su muerte.
Quiere decir algo; despegar los labios. Quiere mover las manos cicatrizadas para escribir sus pensamientos; su testamento. Para desconectar el pitido que le ancla los tobillos al borde de la cama.
Quiere volver a conmocionarse y a alejarse de la consciencia con sus últimos alientos malgastados en lo que sea, pero malgastados porque no tiene en que gastarlos bien.

Julia quiere decir algo; despegar los labios. Decirle al pitido que se calle, que la deje; que ella ya lo ha dejado todo.
Julia quiere morir para reunirse con sus muertos, para dejar de pensar en ellos, y que ellos sigan pensando en ella para siempre.
Julia quiere morir, y cuando muera al fin como desea morirse, quiere que escriban la palabra amor con letras mayúsculas en el apartado de causa de la muerte. AMOR.
A su cuerpo no lo corromperán las enfermedades de la carne. No tendrá su piel un rastro de vendas al que seguir la pista... pero su vientre estará vacío. Será un vacío enorme el de su vientre, con una cicatriz formada por las cinco letras de un nombre sin estrenar: Oscar. Y su corazón; su corazón estará lleno de agujeritos diminutos, como el tul de una novia, comido por las polillas de los recuerdos que no se airean lo suficiente.

Quiere decir algo. Quiere decir que no sabe dónde está; qué es real... Pero ahora, otra vez, se deja engatusar por el sueño; por ese otro mundo más cierto y más cercano; más feliz. Ahora, otra vez, se deja seducir como una jovencita por el amor. Y, cerrando los ojos se deja llevar por el pitido monocorde del horno, o puede que sea el de su corazón.
Y, cerrando los ojos, vuelve. O se va...




"La realidad no es otra cosa que la capacidad que tienen de engañarse nuestros sentidos" (Albert Eisntein)

Comentarios

  1. Conmovedor, me he emocionado al leerlo.

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  2. Muchísimas gracias,de verdad!,no hay nada mejor para el que escribe algo que saber que ha llegado a alguien. Gracias!

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  3. Hola Eva, un relato que conmueve, Julia se deja engatusar por ese sueño o por la realidad, razón tenía Einstein.
    Abrazo!

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  4. Gracias Alejandra!, mucha razón. Que todo es relativo,hasta la realidad. Esa es la única certeza. Un abrazo!

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  5. Ufffff, qué angustia he pasado, y qué pena. Einstein nunca se equivocaba. UN besito.

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  6. Yo creo que va veces a nuestros sentidos los confunden nuestros sentimientos. Cuando queremos algo mucho a veces soñamos con que lo perdemos,y al revés,cuando perdemos algo,en nuestros sueños siempre podemos volver a tenerlo.Dos mundos que transcurren paralelos... Devuna forma u otra está con nosotros. Un beso!

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