La niña reflejada

Sucedió un día cualquiera por semana. Un día de esos que se confunden porque no importa el nombre que le da el calendario; lo único que importa es sobrevivir a los golpes anarquistas de los niños siguiendo una rutina: Baño. Cena. Lavado de dientes. A dormir.
Estábamos en el tercer paso. Blanca en el baño mientras yo recogía por aquí y por allá los restos de las últimas batallas libradas mientras anochecía.
Tarda mucho en llamarme para ir a ayudarla; la llamada de todas las noches. Tampoco se oye el agua del grifo.
Me acerco silenciosa hasta la puerta del baño. Sí, allí está. Muy quieta, con el cepillo de dientes en la mano y la pasta todavía intacta sobre las cerdas extra suaves. El erizo de peluche lo observa todo.
Se está mirando detenidamente en el espejo.
Me acercó un poco más hasta colocarme detrás de su espalda y nos miramos a través de nuestros reflejos.
¿Estás bien?, le pregunto.
Mamá... ¿Soy guapa?
Claro que sí. Eres preciosa, le digo mientras le acaricio el pelo. Y luego, la pregunta obligada: ¿Por qué me lo preguntas?
Es que hoy una niña me dijo que no era guapa. Igual sin las gafas... o si tuviera el pelo rubio, como lo tenía aquella niña de los rizos, ¿Te acuerdas, mami?.


Noto como mis labios se colocan rápidamente listos para pronunciar, ¿Qué niña?. Consigo detenerlos a tiempo. ¿Acaso importa?, les digo. ¿Qué más da que niña sea?. No es cuestión de ponerla en contra de nadie, así que vosotros callados y apretaditos para no meter la pata. Cuando yo os de la señal me ayudáis vocalizando bien las palabras adecuadas. Se aprietan uno contra el otro hasta ponerse blanquecinos esperando órdenes.
A ver... Listos. Ahora. Mis labios se preparan, y hablo:
¿Sabes qué pasa?, puede que esa niña no vea bien, o, como nos pasa a veces a todos, puede que estuviera un poquito enfadada por algo y dijo eso aunque no lo piensa de verdad.

Permanecemos así, sin movernos y sin hablar, durante unos segundos. Ella parece estar decidiendo si acepta o no mi explicación. Yo, estoy rezando para que la acepte; para que no tenga que enfrentarse a esa preocupación a los cinco años, sobre todo porque sé que por desgracia, el tiempo le va a brindar muchas oportunidades para preocuparse; sé que las inseguridades llegaran como perros de presa; como monstruos pacientes que durante el día esperan en el armario a que la noche despierte nuestra vulnerabilidad. Pero no. Por ahora no. Ahora yo espantaré a los monstruos. Vosotros y yo, les digo a mis labios.

Permanecemos así, sin movernos y sin hablar, durante unos segundos más. Ella parece pensativa, yo fantaseando con la posibilidad de colarme en su cabeza, como una exploradora, polizón de algún sonido, quizás, introduciéndome por su oído; como una electricista, para conectar aquí o allá, o desconectar y eliminar esos impulsos de preocuparse que nacen tan temprano.
Ella, pensativa.
Yo, con la mirada fija en nuestro relejo; en el mío; sin verlo. Sin verme.
Yo, sacudida por un bombardeo de imágenes. Muchas; muchísimas, que saltan hacia mí intentando despertar los recuerdos dormidos que van unidos a ellas como los hijos a sus madres, por un cordón sanguinoliento que los alimenta y los sostiene.
Son recuerdos comprimidos. Aplastados con todas mis fuerzas dentro de una caja hace ya mucho tiempo. Es una de esas cajas donde se aplastan un puñado de serpentinas, o un payaso, y que una musiquita va anunciando poco a poco mientras tú, inocente, mueves la manivela ajeno a lo que está por venir.
¡Pam!. Me asustaron.
¡Pam!. Me asusté.
¿Soy guapa?. Yo también me lo pregunté una vez; muchas; seguramente fueron muchas veces. Quizás no fui tan valiente como para confesarlo en voz alta, como ahora, que sólo se lo cuento a la pantalla del portátil.
¡Pam! Me asuté. Me asusto por lo poco que cambian algunas cosas; muchas cosas. Cambian tan poco que veintitantos años después de mi pregunta, esa pregunta sigue acudiendo a perturbar a pequeñas cabecitas en cuartos de baño que huelen a pasta de dientes de fresa.

Normal. Es normal, me digo. Es normal aunque sea un asco. Al final, los niños son un espejo. Reflejan el mundo en el que viven, y estamos en un mundo en el que el aspecto todavía se utiliza como arma para hacer daño. Es un asco. Es triste.

Mamá...
Estrujo a las imágenes y a sus hijos de vuelta a su caja y pongo la tapa.
Mamá...
La incertidumbre sabe a fresa y está atascada en mi garganta.
Dime...
¿Las niñas podemos hacer lo que queramos?
Sí...
¿Jugar al fútbol?

¿Ser astronautas?

¿Bomberos?

¿Y agentes de policía?
Sí...
La lista puede ser interminable y me siento en el borde de la bañera.
Quise hablarle de los cambios que ha habido. Quise hablarle de los logros; de lo que mi abuela no podía hacer; de lo que mi madre no podía hacer. Podría contarle un cuento: Hace muy, muy poco tiempo, en este reino vivían muchas reinas y princesas que no sabían que lo eran...
Quise hablarle de que las mujeres eran propiedades; de que la ley decía que las mujeres no podían tener dinero propio; nada propio. Quise hablarle de que esas reinas y princesas, aunque quisieran, no podían ir a la Universidad, o ser policías, o taxistas.
Quise contarle la historia de princesas y reinas luchadoras, de aquí, de nuestra tierra, Emilia y Concepción, cuyos nombres quedaron grabados en mi niñez, cuando utilizaba sus monumentos para trepar y despellejarme las rodillas. Contarle las historias de reinas y princesas cotidianas que sacaron a sus hijos adelante y trabajaron en su casa día a día y sin descanso, y cuyo nombre no saldrá jamás en ningún libro, ni quedarán sus estatúas decorando un parque a merced de las palomas y los niños.
Quise decir muchas cosas pero no lo hice.
Claro que sí. Puedes ser lo que quieras.
Quise decir muchas cosas pero no me dio tiempo a más.
Es verdad, dijo sonriendo. Como en la Princesa Sofía (para los que no lo sepan son unos dibujos animados emitidos en el canal Disney)..
En ese momento creo que me nacieron interrogantes en las pupilas.
Sí, mamá, ¿No te acuerdas?. No le dejaban participar en la carrera de caballos voladores y cantó: "Las princesas pueden ser lo que ellas quieran ser...".
Es verdad, es verdad... dije (¡Bien por Disney!, pensé).
... Y tú, ¿Qué quieres ser?.
Pues yo... Astrofísica y astronauta; arqueóloga; doctora de animales y niños; pintora; estrella de rock; conductora y mamá... Pero, ya sabes que vas a tener que ayudarme mucho con mi bebé, porque con lo ocupada que voy a estar...
Sí, claro...
No dije más porque las palabras estaban enmudecieron.
Y así, tranquilamente, empezó a cepillarse los dientes.
En verano se me pone un color de pelo muy bonito, ¿Verdad, mami?.
Sí, precioso.

Mientras le ayudo con el segundo cepillado (órdenes del dentista), una bofetada de aroma de fresa golpea mi mejilla; una bofetada de orgullo, y también, sí, también de envidia. Envidia... de la niña que fui... Todo eso se queda pegado a mi piel; todo eso y una canción...

"Para encontrar la niña que fui
y algo de todo lo que perdí
miro hacia atrás y busco
entre mis recuerdos...
...
Cada momento era especial,
días sin prisa, tardes de paz.
Miro hacia atrás
y busco entre mis recuerdos.
Yo quisiera volver a encontrar la pureza
nostalgia de tanta inocencia
que tan poco tiempo duró..." (Entre mis recuerdos, Luz).

Los pasados carnavales Blanca se disfrazó de superheroina: La Chica Rayo, quiso llamarse.
 
Esta es ella luchando contra un monstruo verde que echa fuego azul por la boca.
 
 
 
Niña:
 
Dar un paseo por el espacio,
hablar con los selenitas.
Cerrar los ojos un rato
entre murmullos de risas.
 
Viajar hasta el infinito
y sin billete de vuelta,
allí encuentras tu sitio
y vives en una estrella.
 
Colgada de un cohete subes,
saludas a los aviones
y te pierdes por las nubes.
 
Los años luz van pasando
pero allí no hay calendarios,
no hay relojes; no hay horarios.
 
Estás en tú habitación.
No has salido de tú casa.
El sol calienta en el patio
y el zumbido de la radio
te levanta de la cama.
 
Sólo has estado soñando
y te vuelves a dormir
para entre sueños volar,
entre ilusiones bailar...
 
Lucha, mi niña.
 
 

 


Comentarios

  1. Qué precioso!!! Me imagno el olor a pasta de fresa. Por desgracia algunas cosas no cambian, y mucha gente educa a sus hijos para ser unos superficiales que no miden sus palabras, pero lo importante es que Blanca se sienta querida, que poco a poco se dé cuenta de que es preciosa pero que eso no es lo más importante, y con una mama que escribe estos textos seguro que ella va a ser muy especial.
    Al menos otras cosas han cambiado como bien dices. Mis hijos estudian ambos en la facultad y me hace gracia que cuando alguien me pregunta cual es su carrera, al decirlas adjudican a la chica la del hermano y a revés, porque en teoría la de él es más femenina y la de ella masculina, y aunque es así en relación al número de estudiantes(el va con muchas chicas y ella con casitodo chicos) no deberían sentar esas bases, no hay cosas de hombres o de mujeres sino de personas.
    Un beso y el dibujo me encanta.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias por leerme y por tus palabras. Yo espero que las cosas sigan cambiando....A Blanca le encantará saber que te gustó su dibujo. Besos

    ResponderEliminar
  3. Conmovedor y tierno Eva, la niñez, hermosa etapa de la vida, cuando hay una madre amorosa que vele por ella.
    Feliz lunes!!

    ResponderEliminar
  4. Gracias por tu lectura, Alejandra,y por tus palabras. Es verdad, es una etapa preciosa que hay que cuidar mucho, muchísimo para que no se escape antes de tiempo. Un beso

    ResponderEliminar
  5. Me ha encantado el olor del baño a pasta de fresa. Tan real como la vida. Mientras hablamos con nuestras hijas, nuestra cabeza va a mil por hora. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. Si,es verdad. Esos momentos,los niños, son un mundo aparte. Gracias por pasarte a leerme. Un abrazo

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares