Los viajes del abuelo

 




El mar acarició el nombre de Luis ya en las entrañas de su madre, Sofía. El mismo mar que trajo comida a su casa, se tragó memorias y formó sueños de espuma a su alrededor.

Creció en una casa donde los meses se contaban en mareas; las mismas mareas que traían y llevaban a un padre con igual nombre. Otro Luis, de olas, rompientes y aparejos. Fue el segundo de 11 hermanos criados entre la Paz de una calle coruñesa y la dirección de un Puente que cruzó para marchar lejos de ese arrecife aposentado en un 1º desde el que capitaneados por Sofía, luchaban contra tempestades y tormentas. 

Luis fue emisario familiar en busca de alivios y futuros. Primero en el puerto, ya con 5 o 6 años, cargando con bolsas más grandes que él mismo y pescando en el pantalán. Después llegó el tiempo de irse lejos...

Una lejanía a la que arribó Pasajes, con los 12 años apurando sus últimos meses. Pasó la jornada sentado entre el frío y el hambre. Con el estómago vacío y la despedida del abuelo Benito quemándole en los ojos, esperó horas y horas engañando a su estómago con promesas. En la pensión de Doña Consuelo adormeció los nervios y se despidió de la que fue su vida "en tierra". 

Embarcó en el “Toralla” y sintió el balanceo del mar por primera vez bajo los pies. Junto a su padre, transcurrió esa primera marea, la primera de muchas otras.

Los viajes del abuelo solo comenzaban...

De allí marchó a Cádiz, todavía sin libreta de navegación oficial, porque aún no había estrenado los 14. Con sus tíos navegó millas, vio correr el semblante del cielo, entre el día y la noche.

A los 16, oficialmente se convirtió en un marmitón aventurero que soñaba a bordo del Virgen de la Estrella, rumbo al Sur de África. En otro continente, él también fue otro. En Ciudad del Cabo se bañó entre leones marinos y pescó langostas; conoció gente, aprendió a cocinar y enlazó, para siempre, paisajes inolvidables a las redes de sus recuerdos.



África, todavía lo aguardaba más veces... Senegal, Dakar... Fueron nombres propios en los destinos de su vida. Poco a poco el sueldo que mandaba a Coruña se materializó en comida, una primera lavadora y un bote de lata donde iban germinando las posibilidades. 

Con el tiempo, ancló en tierra y estudió. Primero, patrón de litoral, para explorar Rías Altas y Baixas; Costas da Morte y Ártabras... La mili fue un paréntesis y un nuevo capítulo que protagonizó como cabo de bote, trasladando al general de un lugar a otro. Después, vino el mundo... Aprendió de estrellas y cartas de navegación; el lenguaje morse y el de las banderas; conoció de peces y horizontes. 






De vuelta a tierra, el océano unió su destino al de otra familia marinera, y juntos forjaron un rumbo propio que lo llevó a ser mi padre y el abuelo de mis cuatro pequeños.




Me conoció cuando yo tenía 2 meses. Volvía de África, esta vez como patrón. Los viajes del abuelo siguieron, siguen... Ahora capea temporales inmerso en otro viaje, en otro capítulo. Sus aventuras merecen muchos líneas, más que estas,  aunque a veces no nos acordemos.

Pero hoy leyendo este libro hicimos memoria de sus travesías y de su profundo amor al mar.



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