Las voces de Santa Clara

Exterior y muros del Convento de Santa Clara en la calle del mismo nombre (Pontevedra)

 Aquella noche ninguna durmió. No pudieron...

Aquella noche

Aquella noche los nervios reptaron, sinuosos, por las paredes del convento. Alcanzaron el refectorio, treparon hasta el círculo de la ventana, tratando de iluminar con la luz de la luna los misterios que les daban alas.


Ventana del comedor del Convento de Santa Clara | Imagen propia


Aquella noche ninguna durmió. Fue imposible, oyendo los cascos de los caballos cerca de la iglesia. Las voces apagadas flotando entre los naranjos de la parte trasera... La puerta, una y otra vez...

Se removieron inquietas en sus pequeños lechos, escuchando los inconfundibles pasos de la madre abadesa a lo largo del corredor... Sintiendo la vibración de los secretos emanando del suelo, atravesando las paredes...

Vista de una parte del jardín desde un extremo del claustro | Imagen propia

El adiós a Juanico

Al final, casi rozando el día, el canto de un mirlo en el jardín quedó interrumpido por ruido de las losas recompuestas junto a las columnas del pequeño claustro. Hubo también tierra removida, manos heladas sembrando flores alrededor de la nueva fuente y el crucero, para honrar al nombre que murió aquella noche: Juanico.

Detalle del crucero del jardín | Imagen propia

Los rayos del sol estallaban ya sobre el azul del cielo cuando, somnolientas, se sentaron ante su frugal desayuno, escuchando pasajes de la biblia sin atender apenas a una palabra, una sílaba lanzada al vacío.
Después acudieron al oficio, silenciosas tras las rejas, con las miradas bajas y los corazones acelerados por juramentos y promesas





Rejas tras las que se acomodaban las monjas | Imagen propia




María, la nueva novicia

Regresaron en fila a su clausura, con los labios igualmente clausurados y las pupilas pegadas a la espalda de la novicia recién llegada, ninguna sabía exactamente cuándo, aunque lo sospechaban. Ninguna dijo nada sobre el nuevo sitio en la larga mesa de madera, o sobre las sábanas cogidas del armario para preparar otro jergón. Ni una palabra pronunciaron tampoco acerca de las ropas de fraile que algunas intuyeron quemadas entre los rastrojos aquella mañana.

El silencio

Ninguna dijo nada porque todas estaban ahí para guardar silencio. Y en silencio quedó, seguramente, más de una identidad. Mezcladas con herederas de las familias nobiliarias y burguesas más conocidas de la ciudad, como los Lobeira o los Aldán, convivieron mujeres sin otro nombre conocido mas que el que el propio hábito les concedió.
Allí, en esa nueva existencia, quedaron comprometidas con su misión, encomendadas al cielo, pero también a una vida diferente y sin estrenar. Una vida de trabajo por ellas, para ellas y para otras que las necesitaban, dentro y fuera de los muros que las rodeaban, los visibles y los invisibles.

Los conventos fueron espacios cerrados de libertad para muchas mujeres. Es cierto que el perímetro de piedras desiguales únicamente se abría a los tejados y al cielo. 
Tejados del convento contemplados desde el interior| Imagen propia

...Pero, cierto es también que, desde la construcción de Santa Clara (en el siglo XIII), muchas hallaron en un interior, que jamás abandonaron, la libertad que, sabían, les sería imposible encontrar fuera. 
Una de esas mujeres fue María Gálvez, transformada durante años en Juanico. Primero, al servicio de los frailes. Después, peregrino del Camino de Santiago hasta aquí, la ciudad a orillas del Lérez. Huía María de su Toledo natal, donde quedaron un padre autoritario y una larga fila de pretendientes que prometían igual comportamiento. Huyó de una existencia marcada tristemente por el azar de su género. Y su aventura, con un poco de ayuda humana y divina, la trajo hasta la entrada de esta congregación clarisa.

Habitantes de Santa Clara

Todas trabajaron duro para dejar atrás pasados o futuros. Sembraron, cocinaron, lavaron, inventaron mil formas de seguir adelante... Aprendieron también a leer y a escribir, copiaron textos... Iniciaron un proyecto vital que perduró siglos, siendo ellas mismas las que gestionaron sus quehaceres, labores y tierras, promoviendo su independencia, incluso de los Frailes de San Francisco. Fueron más dueñas de sus vidas que muchas que quedaron al otro lado del gran portalón.

Resistieron una estancia obligada en Tui, cuando el edificio funcionó como hospicio. Poseyeron tierras y cobraron los beneficios obtenidos por sus propiedades. Se encargaron de recibir las ofrendas a la Santa (eran típicos los huevos), y alimentaron a sus niños con leche en polvo de los americanos... Incluso llegaron a presentar ante los altos cargos eclesiásticos su causa, en forma de huelga de hambre, reivindicando sus derechos.

Entre los muros de este convento pontevedrés, sin duda el tiempo tomó un ritmo propio hasta su abandono definitivo hace tan solo unos cuantos años. En el 2017, Sor Sagrario y Sor Purificación dejaron este, que fue el hogar de su vida, para trasladarse a Santiago de Compostela.

Escuchando las voces

Las historias crecen como la hiedra por estos muros urbanos... Preguntas sin respuesta que, quizás no la tengan jamás... Documentos, fachadas jeroglíficas, puertas que, poco a poco se van abriendo a una existencia nueva...

Cada vez que paso cerca del Convento de Santa Clara escucho voces. A veces me susurran. Otras, me gritan. Me hablan de sus exilios, del pequeño cementerio, de lecturas compartidas, de oración... En ocasiones cuentan infancias que transcurrieron de pazo en pazo en la cuadrícula de la Plaza de la Pedrera y de otras, extramuros y entre puentes... Preguntan sobre curiosidades del exterior: si sigue existiendo la Alameda, o los Jardines de Casto Sampedro o, si Santo Domingo permanece en pie...

Narran también aventuras y desventuras, vidas cotidianas, como las de cualquiera de nosotros. Algunas quieren que las recuerden como son ahora, pura energía que transita las calles de esta ciudad que paseo, día sí y día también
Y yo se lo prometo. Lo haré
Voy a recordarlas. Me cruzaré con ellas y las sentiré entre las pliegues de la ropa, colgadas de mi bolsa de la compra, cotilleando qué vamos a comer; acompañándome a la biblioteca, al mercado, al parque o a ver pájaros junto al Lérez. Jugando, a través de la electricidad de sus voces, con el pararrayos en lo alto de la torre...

Pararrayos en lo alto de la torre | Imagen propia

Cada vez que paso cerca de Santa Clara, escucho voces. 


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