Amigos imaginarios

Tomando el té con amigos imaginarios


Se llamaba Marina. Cuando la conocí tendríamos las dos unos ocho años. Yo intentaba aprender a bucear, pero solo conseguía cerrar los ojos y tragar arena de la orilla. Ella apareció de repente, con un bañador verde y plata, riendo y dando volteretas.

No sé qué me hipnotizó primero: sus ojos de luz, su imaginación, su capacidad para aguantar la respiración mientras yo cantaba la canción de David el Gnomo. No sé qué me hipnotizó primero: sus ocurrencias, las pecas que dibujaban triángulos en sus brazos o su nombre, que me traía ecos de peces, caracolas y naufragios. Un nombre de sirena, arena y sal cuyas declinaciones sobrevolaban mi infancia como pájaros que migran. 

Con Marina siempre había aventuras. Misterios, peligros, risas... Juntas desentrañamos enigmas imposibles de resolver, incluso para el gran Sherlock Holmes que tanto adoraba.

Enseguida comprendía que los poderes de Marina eran mayores de lo que yo creía: podía hacer que nadie la viera, sobre todo los adultos. Y así, pude llevármela a casa. Vivía en mi habitación. Dormía sobre el viejo oso rosa. Un gigantón de corazón blando y piel de tela de toalla. Acurrucada sobre su enorme panza soñaba y soñaba sin parar, para ella y para mí. Para las dos.
Cuando masticaba chicle y hacía globos tan gigantescos que podíamos meternos dentro. Juntas volábamos sobre los tejados del barrio, viéndolo todo de un rosado precioso y desvaído. A veces tomábamos el té, con azúcar y un poquito de leche. Tejíamos planes, dibujábamos y leíamos. Si estaba de buen humor me ayudaba a hacer rimas para mis pequeños poemas.

Era guapísima. Guapísima y muy lista. ¡Y cómo sabía esconderse! En ocasiones, tenía que buscarla durante más de media hora y al fin, la encontraba en un espejo o en la vitrina del salón. Ahí yo le rogaba que tuviera mucho cuidado, no fuera a romperse una de las tazas de la bisabuela.

Marina me acompañó muchos años. Siempre teníamos tanto que contarnos... Nos mandábamos mensajes secretos a través de la pantalla de mi calculadora de panda rosa o, nos dejábamos notas sobre los cristales empañados de las ventanas. Fuimos más que amigas. Más que todo. 
Crecimos al mismo tiempo y, al mismo tiempo que crecimos dejamos de vernos tanto. Con el tiempo nos fuimos distanciando y Marina empezó a aparecer cada vez menos... No la encontraba en la cocina, congelada en el reflejo del cristal del horno, aunque dentro estuviera cocinándose un bizcocho de cacao y almendras. No la encontraba en el fondo de mi vaso, guiñándome un ojo para hacerme reír... Ni en el cristal de La Jijonenca, los sábados, dispuesta a compartir mi bollito de leche y mi chocolatina.

A medida que crecí, que crecimos, Marina y yo nos separamos. Y yo busque amigos, en los libros, en los pájaros, entre las nubes, en las pautas de mi cuaderno, en las sombras de los árboles...

Los amigos imaginarios van y vienen, pero son amigos para siempre. Lo sé porque he vuelto a verla. Hace poco, treinta y pico años después de la última vez que conseguí atisbar su reflejo. Viene de vez en cuando. Está igual, no ha cambiado nada. Divertida, luminosa y aventurera. Intuyo que me ha estado esperando. Esperando a mi imaginación de adulta, a veces perezosa.
Le encanta sorprenderme en sitios especiales. Lugares mágicos como el Bosque Encantado de Aldán, donde las hadas vuelan entre robles castaños y abedules.

Pequeño castillo en el Bosque Encantado de Aldán 

Hubiera sido un sitio favorito de los nuestros, sin duda. Un lugar capaz de albergar las más grandes aventuras. Aquí la vegetación es profunda y misteriosa. La luz se filtra entre las ramas y hace dibujos en su pelo, en mi espalda. Cruzamos de la mano un pequeño acueducto y nos detenemos ante la pequeña fortaleza. Juntas, cruzamos el foso sobre el río Orxas y nos acordamos de cuando éramos pequeñas. Durante un instante mis pensamientos vuelan hacia justas y mesas redondas. 
Lateral de la pequeña fortaleza, junto al río Orxas

Pero vuelvo a la realidad para controlar a los niños, extraviados en sus propias imaginaciones. Y, me pregunto cómo serían aquellos otros niños para los que sus padres mandaron levantar este escenario de cuento, allá por los años 60 del pasado siglo.

Respiro la atmósfera y dejo que los pulmones se me llenen de risas y mundos soñados...

Nos despedimos frente al mar, nuestro mar, donde nos encontramos. Cierro los ojos. Solo se escucha el movimiento de las barquitas del Puerto de Aldán movidas por el viento. 

Barcas en el Puerto de Aldán (Cangas, Pontevedra)




Cuando los abro, Marina ya no está, pero el encantamiento sigue y... Hoy tomo el té con Marina. Los amigos imaginarios son sorprendentes y tienen mucho que contar.




 

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