De reflejos y sombras

 



Reflejos y sombras son asiduos inquilinos de nuestros lugares cotidianos. Jornada tras jornada, amaneceres y ocasos nos regalan momentos de auténtico juego. Instantes que se estiran, elásticos y flexibles, de un extremo a otro de nuestros días y nuestras noches. En este juego participamos todos. Todos, y todo lo que alcanzamos a ver, casi sin nosotros percibirlo, acostumbrados como estamos a pasar de puntillas sobre los minutos.





Luces, aceras, sombras, ventanas y puentes... Firmamentos, astros, ríos, copas de los árboles, farolas...

 Nuestros propios cuerpos... 
Nuestros propios deseos...

Todos ellos juegan a formar reflejos y sombras, sombras y reflejos, a nuestro alrededor.


Esos momentos inciertos, extrañamente mágicos y difusos, no pueden ser registrados por un reloj, ni siquiera por una palabra... Se trata de segundos imprecisos en los que el día torna en noche y la noche, en día. Suele ocurrir que esa hora exalta, de forma única, la belleza de los lugares. Entonces, se esboza sobre nuestras cabezas, una cúpula celeste de grafitos y acuarelas. El Puente del Burgo, hace siglos pasarela hacia plazas, ferias y mercados, se convierte ahora en cruce de pasos vespertinos que transitan sueños de colores imposibles. 



Sobre la Basílica el cielo se oscurece formando un degradado de azules y misterios. Las bombillas se derraman, líquidas, sobre el agua del río. Y el horizonte, los miles de horizontes, se conjugan como verbos irregulares en nuestras pupilas.

El paso de los siglos acentúa los colores del tiempo y, desde la fachada gótica, hablan las piedras talladas. Cuentan leyendas... Hércules, Teucro toman forma en las tallas... Pero más allá, cuentan también la historia de la gente corriente. Del Gremio de Mareantes que reunió el dinero para alzar Santa María la Mayor, la de todos los que durante tantos años han pasado junto a sus muros, hablando de todo y de nada.

Por eso, esas horas imprecisas, esas horas que exaltan nuestra capacidad de apreciar ángulos, aristas e imposibles... Esas horas hay que vivirlas, respirarlas, aprovechar incluso los restos que nos queden bajo las uñas... Porque es entonces cuando, en ocasiones, y sin que podamos hacer nada por evitarlo, se fractura la unidad que nos conserva adheridos a nuestros deseos. Se "revela" y se "rebela" todo aquello que todo aquello que no nos permitimos cumplir. Urgente y exigente aquello anhelado (sobre todo lo anhelado en el más absoluto de los secretos) y obligado a permanecer silente, se escapa. Se va, como aquella sombra de un niño que se cuela en la habitación, ansiosa por escuchar, de cerca, cuentos de piratas y aventuras...



Al fin, esa esencia que pervive, sin apenas oxígeno, bajo todas esas capas que nos mantienen firmes, se convierte en una sombra o, en un reflejo.
Incluso el más valiente e independiente de los niños perdidos, vencedor de temibles piratas, salvador de princesas indias, amigo de hadas, héroe de aventuras nocturnas... Incluso él desea un cuento antes de dormir... 
Así que, si un día, ves pasar cerca de ti una sombra familiar, rápida y escurridiza... Puede que sea tu sombra..  Quizás es uno de tus deseos bañándose en el río, colgando de una rama junto al amanecer de un mirlo, jugando entre las nubes... Todos, a veces, somos sombras y reflejos.



Sin darnos cuenta, cada uno a su manera, espera encontrar algún día ese País de Nunca Jamás que J. M Barrie imaginó una vez.

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