La mujer que lo ve todo de color azul (Parte III). Rojo

Durante mucho tiempo, antes del azul, Antonia dejaba libre a su imaginación para ir a dónde ella quisiera. Y, la imaginación, acabó viviendo una vida paralela a la de Antonia. Se tostaba al sol, de vacaciones, en una playa y Antonia, acariciaba con el plumero mesas de oficina y paneles de aglomerado. Iba al mercado y compraba todo lo que le apetecía, incluso cosas que no sabía ni qué eran, mientras Antonia recorría los pasillos del supermercado del barrio, intentando descubrir las mejores ofertas bajo las luces fluorescentes.
Al final, nunca hubo vacaciones playeras, ni vueltas del mercado con las bolsas llenas. Al final, la imaginación se cansó de viajar tanto tiempo sola y dejó a un lado las maletas. Ahora Antonia no sabe nada de ella, no sabe si está viva o muerta, o simplemente está callada, muda, de tanto ignorarla.
Ahora Antonia sólo escucha silencio, o la música de alguna compañera, mientras pasa el paño humedecido sobre las hojas de plástico del ficus que preside el vestíbulo.
Hace tiempo ya que incluso no le preocupan las plantas. En una esquina de su cocina aguardan un montón de macetas vacías, que un día de locura, un día que la imaginación regresó tras  vivir una temporada en una preciosa casa con jardín, se le ocurrió comprar.
Ahora todo eso es sólo niebla salada en los ojos de Antonia. Recuerdos pegoteados sobre la superficie lisa de sus pensamientos, como chicles pegados sobre la superficie lisa de una mesa.
Ahora para Antonia casi todo es eso, lo mismo. Chicles demasiado masticados; sin sabor; descoloridos pero petrificados y adheridos para siempre sobre el lugar dónde ella los colocó un día.
Ahora para Antonia casi todo es eso; lo mismo. Pero Antonia no tiene espátulas de olvido para rasparse el cerebro hasta dejarlo agujereado y vacío; no tiene.
 
Un avión se pierde entre las nubes y Antonia persigue con la mirada la estela blanca que deja tras de sí. Cruza la calle. El paisaje cambia. El paso de cebra es una frontera hacia otro mundo. Las viviendas nuevas quedan atrás. Dúplex, hilo musical. Últimos pisos a la venta. Ella no vive ahí.
Rodea el descampado para ganar tiempo antes de que cierren el supermercado y sus ofertas.
Echa un vistazo rápido a la ventana de la cocina de su casa. Una entre tantos agujeros taladrados en el cemento; una colmena atravesada por columnas de hormigón. Las cortinas de cuadraditos verdes y blancos destacan en medio del patio gris. Su casa parece alegre desde fuera, pero las cortinas sólo son ropa. 
En medio del solar vacío hay un coche abandonado. Nadie recuerda cuánto tiempo lleva ahí. Todo el mundo dice que desde siempre. No tiene ruedas. Los retrovisores se los han arrancado. Lo que queda de los asientos permanece oculto bajo montañas de cabezas de muñeca, introducidas año tras año por un agujero del techo. Una tradición macabra que nadie recuerda cuándo comenzó. Todo el mundo dice que desde siempre. Las que se ven más abajo están vestidas de musgo, después de años de intemperie y abandono. Se han abandonado muchas infancias en ese coche, en ese solar. Tantas niñeces mutiladas, desmembradas como juguetes de plástico. Encerradas en el recuerdo de lo que fue, sin poder cantar una canción, o decir "mamá" con la voz chillona de los niños, con las pilas agotadas y el cuello rebanado.
Las hierbas crecen salvajes junto a los muros de las casas. En medio de los helechos surgen flores amarillas, de esas que nadie jamás quiere arrancar.
Antonia pasa junto a la fila de cubos de basura. Los de metal están oxidados; los de reciclaje nadie los usa. Sólo recicló una vez unas pilas un candidato que venía buscando votos y prometía mejoras y limpieza y....
Las bolsas de desperdicios sobresalen bajo la tapa verde y se apilan en el suelo. Hoy es el quinto día que no recorre el barrio el camión de la basura pero nadie ha notado nada.
Huele mal; peor. Nubes de mosquitos custodian su botín. Huele mal. Junto a las ruedas traseras un perro mastica algo informe y sucio. Es bonito el perro. Sigue siendo bonito a pesar de la suciedad; a pesar de que el pelo se le pega a las costillas porque la lluvia de anoche le ha calado hasta los huesos. Hasta los huesos porque es lo único que tiene. Es bonito, a pesar del ojo inmóvil en un guiño permanente porque le han dado un golpe. A pesar de la cuerda negra que cuelga podrida de la argolla pesada que sobresale de su collar.
Antonia reduce el paso. No quiere asustarlo. Pero aún así el perro baja la cabeza y enseña los dientes. La confianza hace tiempo que está perdida, igual que él. No deja de gruñir hasta que se cerciora de que Antonia está lejos y que no vuelve. Y Antonia no va a volver; no esta Antonia, que no volverá siquiera a mirar para suprimir las tentaciones que tiene el corazón de encogerse, de sentir; de arrepentirse y no cumplir sus planes.
Sigue caminando. No va  a volverse, ni a mirar, ni a pensar. No va a quedarse pegado este recuerdo.
 
Una barrita de pan y un poco de fiambre. La cajera le sonríe, pero no la ve. Tiene ganas de llegar a casa.
 
Se come su pequeño bocadillo frente al televisor. El televisor es lo único que, le hace brillar los ojos porque, cuando lo mira, no ve todo de color azul.
Bebe un poco de agua y coge el álbum de fotos.
Acaricia los recuerdos con las yemas de los dedos una vez más. Mamá, papá. Alfredo vestido de soldado, aquel día de permiso que la llevó a tomar churros. Macarena, la peluquera de la plaza que la vistió tan bonita. Tan bonita....
Otro poco de agua.
Apaga la tele.
Tiene que ir a descolgar la ropa del tendal.
Descorre las cortinas de cuadraditos verdes y blancos. No quiere arrugarlas.
El aire le revuelve el pelo.
El aire.
El aire la rodea.
Cae. Está cayendo al vacío. Pero el vacío ya no es vacío. Es infinito.
Cae, pero no cae.
Cae, pero está volando.
Mira hacia abajo y siente vértigo. Pero no es el vértigo de la altura, no es el vértigo del miedo; es el vértigo de la sorpresa por volver a oír su voz. No había muerto, sólo estaba esperando el momento preciso para volver a hablar.
Eres una golondrina, le dice. Una golondrina que busca un lugar mejor, más cálido, para hacer su nido.
Y mira al frente, mientras planea sobre el paisaje. Mar. Montañas rotas por un río. Ciudades. Ventanas donde a veces también las personas son felices. Lagos y árboles, y prados. Y algunos perros con hogar. Todo vestido de colores. Ahora el azul ya queda atrás.
 
Rojo. Rojo es el color que rodea su cuerpo retorcido sobre el cemento.
Cuando la encuentra una vecina la sangre hace tiempo ya que le ha apelmazado el pelo.
Tiene los ojos abiertos y mira hacia arriba.
Parece que sonríe.
Cuando acaba el verano las golondrinas marchan con sus trinos alegres a poblar cielos más azules, atardeceres más rojos.
 

Comentarios

  1. Hermoso...buena y enriquecedora lectura

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por leerme! Y, muchísimas gracias por tus palabras!

      Eliminar
  2. Hermoso...buena y enriquecedora lectura

    ResponderEliminar
  3. Hola Eva, una poética manera de narrar.
    Abrazos.

    ResponderEliminar
  4. Hola, Alejandra. Gracias por pasarte. Gracias!. Un abrazo

    ResponderEliminar
  5. Hola!!!! Veo que Antonia ya te ha dicho que le pasa. Me ha gustado muchísimo, lo cuentas tan bien...pero he sufrido, es tan triste pensar en personas tristes y solas, con vidas que solo existen en su imaginación.
    Un besito y precioso.

    ResponderEliminar
  6. Hola!Gracias por pasarte!. Sí, Antonia tenía muy claro lo que le iba a pasar. A mí me parecía muy triste,pero ella estaba decidida.
    Supongo que se fue a buscar todo aquello que había imaginado. Un besito! Gracias otra vez!!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares