Día de las Bibliotecas

 ¡Libros! ¡Libros! ¡Libros!

No importa cuántas veces pronuncie esta palabra porque estoy segura (segurísima) de que jamás me cansaré de pronunciarla; y siempre desearé hacerlo más fuerte; más alto para deleitarme con el eco de mi propia voz verbalizando esta palabra imprescindible en mi vida.


¡Libros! ¡Libros! ¡Libros!

Criaturas mágicas que laten, respiran y viven para acompañar, nutrir y sanar nuestras almas. Para enseñarnos, para regalarnos palabras; para hacernos reír, llorar, emocionarnos; vivir entre líneas, tinta y papel


"Los libros de la Señora Jella"; historia de muchos libros y lectores| Imagen propia








Clásicos que la Señora Jella rescató del olvido | Imagen propia



No puedo contar las veces que, a lo largo de mi vida me he sentido acogida y querida por un libro. No puedo contar las veces que mis pasos se han desviado hacia esos lugares especiales donde dormitan guardas y portadas; índices, capítulos y sueños: las bibliotecas.

Bibliotecas


Pasear la mirada por una siempre es una aventura. Agazapados en estanterías y rincones, saludan variopintos personajes. Desde brujos hasta guerreras; hadas y poetisas; madres y astronautas; escolares, perros divertidos, hadas y trolls; criaturas del bosque o del fondo del mar... La lista es interminable. 

Es frecuente que, entre las baldosas de estos mágicos lugares, se abran ciertas grietas en la realidad y, allí, entre esas grietas es posible atisbar paisajes pertenecientes a mundos literarios... Escenarios marinos, selváticos, cotidianos, oníricos, urbanos... 


La magia de las bibliotecas

El bien que hace una biblioteca se vuelve más visible, patente, tangible, cuando la realidad hiere. No importan la cantidad de volúmenes; importa la fantasía que guardan. La puerta que abren para imaginaciones que precisan extraviarse. Importa la esperanza.

Importan los niños que se agarran a una página para volar hasta un cielo gris donde se abre un claro. Niños como Anneliese y su hermano Peter que, en una de sus salidas durante los sombríos días de posguerra en los que les tocó vivir su infancia, descubrieron la Casa de los libros de la Señora Jella. Visitaron al Osito Puh o al Toro Ferdinando; a Babar, a Heidi, a Pippi...

Los días no paran las bombas; no detienen los tanques ni terminan una guerra, pero tienden puentes de esperanza y preparan cojines mullidos para fantasías heridas.

Entre los escombros de la guerra, Jella Lepman se convirtió en enfermera para infinitos espíritus infantiles heridos. Recorrió Alemania llevando consigo una exposición itinerante cargada de libros donados por 20 países, devolviendo a la vida aquellos libros infantiles que Hitler había condenado a las llamas. 


Detalle de la biografía de Jella Lepman incluida en el álbum | Imagen propia


"Volvamos a poner en su sitio este mundo del revés, empezando con los niños. Ellos nos mostrarán a los adultos el camino a seguir". Y qué mejor forma de hacerlo que sembrando su camino de libros; convirtiendo su horizonte en la puerta a la biblioteca del mundo.








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