Mis escritoras


 

"Una Navidad sin regalos no va a ser Navidad".

Leo esta frase y me marcho; me dejo llevar, flotando entre nubes de papel acartonado. Los truenos resuenan como papeles de periódico agitados. Vuelo entre ellas, impulsada por un mágico viento del Este, como el que trae la niebla a Londres y a mí me lleva al pasado. A una Navidad propia, indefinida en el tiempo, hasta el octavo izquierda del portal 254 del barrio de Os Castros en A Coruña. En ese piso siempre presente en mi memoria, sentada en el sofá de color ocre de aquel salón que únicamente utilizábamos en ocasiones especiales, inicié una increíble travesía, en la que todavía sigo.


Conocer a Jo, Meg, Beth y Amy transformó mi vida para siempre. Fue un antes y un después que cambió para siempre mis regalos de cumpleaños, mis cartas a S. S. M. M los Reyes Magos y, al fin, mi forma de sentir, respirar y vivir, porque desde aquel día hice todo eso con un libro en la mano. Ellas llegaron después de Astrid Lindgren, Beatrix Potter y María Gripe. Todas ellas se quedaron conmigo.









A medida que pasaba las páginas y me colaba en sus vidas, me imaginaba revisando los papeles del Club Pickwick, preparando el té o cruzando el jardín para ir a visitar a Laurie. Pero sobre todo me imaginaba siendo Jo, escribiendo en el desván hasta quedarme sin tinta. Y, con mi cuadernito y mi estuche de madera me sentaba a la mesa, junto a la ventana desde la que se veía mi antigua guardería e invocaba a las musas, como lo hicieron ellas y tantas otras que aún estaban por llegar a mi vida.

Mujeres que, como Jo, soñaban con palabras y líneas infinitas. Continué mi viaje recalando en destinos con nombre de mujer. Dibujé una cartografía llena de archipiélagos, islas y penínsulas; habitaciones propias como la que reclamaba Virginia; algunas ocupadas por identidades escondidas entre cuatro paredes sin ventanas. Visité Brönte, Austen, Montgomery, Esquivel, Allende... Me refugié de tempestades y tormentas en los puertos seguros de mis libros, asida a la brillante estela de esa frase de Ana María Matute que surca el firmamento como un cometa alado: "Tal vez la infancia sea más larga que toda la vida"... Tal vez... Por ahora aquí me quedo, con mi cuadernito y mi estuche y la preciosa edición de Alma Editorial de este clásico de Louisa May Alcott, tan llena de tesoros: los papeles de Club Pickwick, invitaciones al baile, la portada de la primera edición, recetas de las March... En fin, una maravilla para viajar en el tiempo y en el espacio, como solo puede hacerse a lomos de un libro. 



Detalles de la edición | Imagen propia

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