El fantasma del 4º A

Esta soy yo. La de la izquierda soy yo. La de la derecha también soy yo antes de que una tira adhesiva de unicornios separase un antes y un después en mi vida... La de más a la derecha también soy yo. No pude resistirme a enseñar mi traje de noche un día, claro, que no me puse las cadenas, porque ya sabéis que los accesorios tienen su momento.

En fin, quién más y quién menos ya lo habrá adivinado: Soy un fantasma.

Hace un tiempo, bastante tiempo ya, me levantaba descansada por la mañana; me paraba a oler las flores y la lluvia me parecía bella (aunque tuviera la regla y dos kilos más: Don´t worry). Puede que no tener que preocuparme por conseguir mantener bajo una burbuja de plástico a dos peques tras inmovilizarlos con el codo para que vayan sentados en la silla tenga algo que ver. Puede que antes no me preocupara buscar desesperadamente los aleros de los tejados para que no se mojasen y simplemente me iba por otro lado y listo. Tampoco me preocupaba no poder acceder a un autobús con una silla gemelar, ni quedarme atascada en el medio de un semáforo o en una atasco peatonal cualquiera calada hasta los huesos.
Puede que elegir una ropa no estuviera condicionado por mi barriga diastasiada (que no extasiada).
Quizás poder ir por cualquier acera, ver el programa  que yo quisiera en la tele sin oír: Pocoyo, Pato, Elly…, también esté relacionado, o que la gente me preguntara qué tal sin asumir que sólo le hablare de mocos y diarreas. Puede que la falta obligada de sueño y lo de ver series hasta el día siguiente mientras hago cosquillitas a una piernecita exigente me haya alejado bastante de la realidad... A veces me levanto pensando que amanezco en Downton Abbey...
Hay un antes y un después de la maternidad, eso está claro. Y hay un antes y un después de elegir ser una madre que se queda en casa cuidando a los niños. Cambias y te cambian. Creo que soy una versión mejorada de mí misma: histérica, gritona a veces, agotada y feliz; pero el mundo me ve con otros ojos; con otras miradas, de las que llevan incrustadas una goma de borrar y te van desdibujando los contornos.

Hace un tiempo, bastante tiempo ya, yo tenía una identidad propia: era Eva, con todas sus acepciones: sí era la hija o la nieta, la prima o la amiga de alguien pero todos me llamaban por mi nombre. Ahora, creo que la mayor parte de las veces que se refieren a mí en mi día a día utilizan mis otros nombres: mamá de Blanca, mamá de David, mamá de Alejandro o mamá de Daniel.
A veces me miro al espejo y me da la sensación de que me estoy volviendo invisible por momentos, no en plan Harry Potter para juguetear por los pasillos de Hogwarts, más bien en plan Michael J. Fox cuando en Regreso al Futuro empieza a volverse cada vez más transparente con su existencia en riesgo porque en el pasado sus padres estaban a punto de no conocerse.
 Y, la verdad, la transparencia no es una cualidad que me haya pedido ni un don superheroico deseado, como cuando de pequeña me pedía la invisibilidad como poder en el juego del recreo (la verdad es que no me costaba mucho meterme en el papel). 
No me ha picado una araña radioactiva, ni me he caído en una cubeta de residuos nucleares. La transparencia no está en mí. La transparencia me la conceden los que me miran sin verme.
Es lo simple, más bien lo simplificado de este mundo; de esta vida.
Estamos acostumbrados, y acostumbrándonos cada vez más, a no ver; a no oír, y lo peor de todo: a que no importe.
Si no entras dentro de los estándares no existes, y esa es la auténtica criptonita que nos envenena: no importan las personas.
Así, mi traje de fantasma es mi propia vida que muchos creen que transcurre en unas eternas vacaciones; hay quien cree que soy una vergüenza para la mujer de este siglo, o que soy una vaga, o una persona sin inquietudes.
Noches en vela y soledad, agotamiento físico y mental aderezado con eternas ojeras. Trabajos mecánicos de recogida de juguetes e infinitas culpabilidades y miedo a no hacerlo bien y, lo peor, culpabilidad también por tener dudas y permitir (me ha pasado mucho) que lo que opinen los demás se cuele en mi interior y se instale en mi cerebro como un gusano auditivo.
Yo misma me visto muchas veces de villana y juzgo y simplifico la existencia de ese chico en patín con el que me cruzo cuando bajo la basura, o de la mujer de la panadería, o de ti que me estás leyendo.
Convirtamos lo que nos hace invisibles para muchos en la fuente misma de nuestro propio poder: amor y besos, "te quieros" con lengua de trapo. Abrazos y cuentos. Gustos que empiezan a compartirse. Ver como crecen. Sentirlos siempre.
Quizás así si nosotros nos valoramos empecemos a vernos.Verse a uno mismo para aprender a ver a los demás. ¿Lo intentamos?.


Comentarios

  1. ¡¡¡¡¡Nada de sentirse mal por ser mamá a tiempo completo!!!!!

    Probablemente muchas de las que te "invisibilizan" estarían encantadas de poder quedarse a cuidar a sus peques o directamente, poder tener peques.

    ¡Disfrútalo! por tí, por tus hijos y por todas las mamás y los hijos que no podemos estar juntos 7 x 24.

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