La cafetería de las primeras veces.





Todavía está oscuro.
Espera en la esquina hasta que ve como se levanta la persiana de la cafetería.
Entra.
Está vacía.
Elige la mesa que está más alejada de la barra.
Tiene un poco de frío y ganas de llorar.
Se sienta con los ojos llenos de lágrimas.
El camarero se acerca sin prestarle demasiada atención, ha visto demasiados ojos llenos de lágrimas; ha oído demasiados pedidos entrecortados de café.
Pide un desayuno simple. Simple, como dice la carta, aunque todo sea tan complicado.


Cuando lo escucha trastear detrás de la barra ella deja de disimular; deja de contenerse y llora. Al principio en silencio. Luego, sin darse cuenta, acaba dejándose llevar.
Llora sin quererlo, y sin querer impedirlo tampoco. Llora porque es la primera vez... ¡La primera con más de 50 años!... La primera vez que está sentada sola; sentada sola pidiendo lo que quiere. Sentada sola gastando dinero sin pedir permiso.

El camarero rellena los azucareros de la barra, concediéndole unos minutos más.  Luego sube el volumen de la música para dar un poco de intimidad a esa mujer que ha elegido su cafetería para llorar.
Sólo ella puede oírse a sí misma.

Cinco minutos después él baja la música, carraspea lo más fuerte que puede, sirve un nuevo café caliente y tira un servilletero.
El ruido la despierta. Se seca la cara como puede y se arregla el pelo.

Tras unos instantes se encuentra sola de nuevo observando el desayuno. No puede evitar sonreír cuando descubre una segunda cajita de mermelada de fresa bajo los sobrecitos de azúcar.
¡Gracias!, murmura.
Ella y el camarero se sostienen la mirada; cosen sus pupilas con puntadas de palabras que no dicen y silencios afilados.

Ella parpadea y remueve el café mientras el camarero vuelve a sus quehaceres.
Suspiran los dos. Él se escapa por una puerta abatible que esconde una cocinita; ella unta la tostada mirando de vez en cuando a su alrededor.
En cada mesita hay un ramito de flores secas. Todos los servilleteros son de diferente color, y las servilletas color canela y muy, muy suaves. Las baldosas del suelo reflejan sus zapatos y sus piernas, y la lámpara de cristalitos refleja la luz prematura que empieza a iluminar el cielo.
Nunca había estado en un lugar tan bonito. Nunca un lugar le había parecido tan bonito como esta cafetería de esta primera vez.

Desayuna con tranquilidad, saboreando cada bocado y cada sorbo; cada minuto.
Desayuna con tranquilidad...
La espuma de la leche esconde el sabor de las nubes. El café sabe a cielo nocturno, oscuro e incierto. La tostada, hojas crujientes bajo la suela de unos zapatos nuevos y mojados.

Todo hoy sabe bien. Amargo y dulce al tiempo. El mejor sabor; el de la vida.
Todo hoy sabe mejor; más intenso. Aderezado con la sal de las lágrimas de esta primera vez.
Y este sabor, el sabor de hoy, será inolvidable. Ella sabe; está segura de que se le va a quedar en la boca para siempre; agazapado bajo la lengua y escondido entre los dientes, esperando a salir cada vez que sonría recordando una cafetería en una calle de la que quizá no recuerde ni el nombre; una cajita extra de mermelada de fresa y los ojos de un camarero que una vez conoció.


Comentarios

  1. Hola.
    Quçé texto tan bonito, me ha encantado y tiene frases para apuntar como la de las miradas que se sostienen y esas pupilas cosidas con puntadas de palabras que no dicen. Me ha encantado.
    Muy feliz noche.

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  2. Gracias!! Desde hace muchísimos meses me cuesta encontrar el momento y el lugar para escribir. Esta historia me abordó regresando de la compra con las bolsas y los niños y supe que tenía que escribirla sí o sí. No sabes la ilusión que me ha hecho tu comentario. Gracias! Y muchas gracias por pasar y leerme ��

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