El deseo pegado a una moneda

En ocasiones Manuela se extravía; se pierde. En ocasiones Manuela se aleja de sí misma y de todo. Del reloj; del calendario; del presente y del pasado. De todo.
En ocasiones Manuela se evapora como una gota de agua al sol. Desaparece, devorada por un bosque que sólo habitan sombras.
Y, de repente, pasado un tiempo indefinido, la vegetación vuelve hacia atrás; camina sobre sus propios pasos y la libera. Se repliegan las ramas y se desentierran las raíces de los árboles. La realidad tritura las hojas, convirtiéndolas en polvo rojo y dorado; en puesta de sol; en nada. Se vacían los campos de flores negras y vuelven los sentidos.
Un incendio lo arrasa todo, y entre el humo y el crepitar de los troncos, surge Manuela, llena de confusiones y confusos pensamientos. Y, alrededor del cuerpo que vuelve a pertenecerle, que el bosque le ha devuelto; todo permanece. Todo sigue igual. Todo sigue.
El té continua sobre la servilleta que antes Manuela dobló formando un rectángulo esponjoso y absorbente. A veces todavía se mantiene cálido dentro de la taza templada; otras, está frío ya hace mucho tiempo.


Las páginas del libro medio abierto casi siempre han caído exhaustas hacia un lado, cansadas de esperar demasiado tiempo las caricias de aquellos ojos que se han distraído mirando hacia nada. El peso del tiempo se lleva la lectura, y la consciencia, y el presente. Se cae el punto de lectura y el argumento vuela por el aire, llevado por la brisa que levantan las hojas, hasta el lugar donde esperan su turno y su oportunidad aquellas cosas que no pueden recordarse y no son capaces de hacerse recordar.
Tras el cristal de la ventana, que se levanta como un enorme lienzo a ras de los muebles, el día sigue prolongándose hacia la noche y la noche encogiéndose hacia el día, con sus tonalidades mezclándose en un abrazo que se aclara o se oscurece según la hora que sea, y la que se haya olvidado que es.





Y eso es todo. La nada viene a buscarla y, al volver, todo sigue. Todo permanece como la estatua de sal de una vida que intenta mirar atrás. Más temprano o más tarde, no importa. Antes o después, da lo mismo. Nada cambia, excepto el tiempo que ha desaparecido y que hace sus travesuras con el té, o el libro, con sus pensamientos enredados. Nada cambia excepto el tiempo perdido; que perdido está.
A veces ese tiempo es un instante. A veces Manuela se alegra de poder llamarlo "pequeño despiste sin importancia" porque es un nombre que no da miedo; que no significa el olvido de todo lo que fue. Y Manuela sonriendo se golpea la frente con la mano, para hacerlo más creíble ante sus propios ojos, que ya han empezado a desconfiar de ella.
Otras veces, el tiempo son minutos. Minutos que se alargan como las gomas estiradas de una carpeta vieja, o los últimos días que se arrastran antes de la llegada de unas vacaciones. Minutos tras los que Manuela encuentra las gafas. Minutos tras los cuales la cajetilla se aparece mediada, a pesar de que Manuela cree haberse prometido no fumar durante un buen rato. Minutos tras los cuales la boca conserva el sabor del tabaco, y Manuela todavía guarda un hilo de humo entre los dedos de la mano derecha.
Y otras veces, muchas veces; cada vez más veces, el tiempo son horas. Y Manuela se encuentra en pijama cuando el despertador parpadea que ya pasó el mediodía. O se halla con la piel erizada envuelta en una toalla que ha absorbido toda la humedad de su cuerpo destemplado, y el aire, impregnado por las gotitas de agua  del baño nubla el ambiente que la rodea, su mirada, sus recuerdos... Sólo está ella reflejada en el espejo empañado con la interrogación empañando su rostro.
¿Dónde está el tiempo? ¿A dónde se ha ido? ¿Dónde ha escapado? ¿Quién lo roba?.
¿Soy yo?. Eso dice el interrogante en el rostro de Manuela. ¿Me estoy robando el tiempo? ¿La vida?.
Intenta pensar que no es ella; que hay alguien más. Ella jamás ha robado; ella es buena....
Y sí, hay alguien más. Alguien peligroso, importante. Aterrador.
Cuando Manuel vuelve del trabajo se la encuentra así. Igual y distinta; cada vez más borrosa, ella y su historia juntos.  El monstruo que la ataca es insaciable; indomable; voraz. Le gusta comerse las vidas de la gente; sus recuerdos, sus secretos. Y Manuel se traga las lágrimas, voraz también. las absorbe para hidratar su historia, para que jamás se reseque y poder recordarla por los dos.
Manuel y Manuela, unidos por sus nombres. Una sola "M" significaba amor entre ellos, para ellos. Manuel recuerda cuando le dejaba "emes" pintadas por toda la casa. "Te quiero" le decía. "Te quiero".
Ella dormita en el sillón y él se sienta a su lado. Cierra los ojos.
Una vez, hace mucho tiempo, en un viaje que hicieron al poco de casarse, se detuvieron en un pequeño pueblo. En medio de la plaza empedrada se alzaba una fuente. Manuel rebuscó en sus bolsillos y sacó una moneda. Besó una de sus caras. Ahora  mi deseo está pegado a la moneda y jamás va a soltarse, le dijo.
 Deseó toda una vida juntos, y va a cumplirlo. Pegado a ella, sin apartarse, sin soltarse, como el deseo a la cara de una moneda.

Comentarios

  1. Bonita historia Eva,Manuel y manuela,te quiero e imagino sus miradas sinceras entre cruzadas,me a gustado leer aquí,un abrazo y feliz día de este nuevo Sábado.

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    1. Muchas gracias por leerme y me alegro mucho de que te haya gustado. Besos

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    2. De nada Eva,pasaba por aquí a ver si había publicación nueva,feliz tarde :)

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  2. Manuela y el tiempo, Manuela y Manuel, lo interpreto como si el tiempo fuese a la vez, aliado y enemigo. Me gusta como lo narras.
    Un abrazo Eva, que disfrutes tu fin de semana :))

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    1. Muchas gracias! Es que es así: el tiempo es una paradoja, las dos caras de una moneda:aliado y enemigo;conquista y derrota...Besos, Alejandra

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  3. Qué bonito, me ha gustado mucho y me ha hecho pensar en el paso del tiempo y en tantas cosas. Un beso.

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  4. Gracias!. Me alegro mucho de que te haya gustado. Yo creo que es una inquietud que,en el fondo,todos tenemos. Yo por lo menos. .. ;) Besos

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